Es el único que no pasará el examen del redebate. Santiago Abascal no tendrá ocasión de mostrar virtudes retóricas, si las tiene, ni de exhibir sus defectos o carencias. A él le viene de perlas la situación, aunque lo disimule buceando en el victimismo en sus intervenciones públicas. Salió al terreno de juego electoral a arriesgar poco, a beneficiarse de los errores ajenos (especialmente los del bloque de la derecha y a romper las urnas y los augurios de los sondeos en circunscripciones como Madrid. Ha hecho precampaña aparentemente discreta en pueblos de interior, tradicionales feudos del PP, y se vuelca ahora en mítines simbólicos, en lugares donde sabe que no arañará apoyos, pero sí proyección, boca a boca y, lo que para él y los suyos es más relevante, whatsapp a whatasapp.

Explota las ventajas de ignorar el escrutinio de la prensa y se refugia, en demasía, en zonas oscuras de la redes sociales, allá donde han habitado y crecido otras ideologías radicales y se esquivan los controles del cuarto poder y, a menudo, de lo razonable. Su equipo ha aprendido de Donald Trump y de partidos ultras europeos. El estratega Steve Bannon le sigue de cerca y jalea el desprecio a los medios. "No nos vemos en la obligación de comparecer especialmente y de manera asidua", sostiene públicamente el jefe de Vox.

Todo eso parece afectar poco a su expectativa. Comenzó Abascal esta campaña hacia el 28-A con premio seguro en la maleta: no será quien más votos acumule en la noche electoral, pero llevará de por vida el título de haber logrado introducir, en la era democrática, a la ultraderecha en las instituciones españolas. Sin duda eso ocurrirá y su ejército de parlamentarios entre los que habrá exgenerales, antiguos miembros de otras formaciones y provocadores de distinto origen y formación (en las apresuradas listas hay también familiares y amigos íntimos del propio Abascal) se desplegará por Congreso y Senado, marcando en mayor o menor medida la agenda nacional.

Eso dependerá de los escaños que cosechen. Pero el jefe de los voxistas, desde hace ya meses, condiciona el discurso de otros candidatos con los que disputa el espacio político conservador, Pablo Casado y Albert Rivera. Se ha convertido de facto en el guionista de la nueva derecha española, que se ofrece bajo tres siglas distintas y es talla XXL.

No puede decirse que Abascal haya nacido políticamente con sus virales vídeos a caballo promocionando esa reconquista que promete para España, la misma España a la que quiere arrebatar sus autonomías para que vuelva a ser una, grande y libre de autonomismos y ansias independentistas. Su receta: competencias de vuelta al Estado, partidos soberanistas ilegalizados y sus líderes, a la cárcel en cuanto crucen la línea.

Armas, chiringuitos y género

Tampoco se estrenó con sus inexplicables propuestas de armar a "los españoles de bien" para que se defiendan ellos solitos de los peligros que les acechan, ni con su manía persecutoria con todo lo que le huele a políticas de género o sus iniciativas antiinmigración. Este político de 43 años, que se ha venido arriba y ha llevado lejos a su partido en paralelo al auge del secesionismo catalán, empezó siendo concejal de Llodio y presidió las Nuevas Generaciones del PP en Euskadi, donde estuvo afiliado entre 1994 y 2013.

Bregado pues en moverse en territorio algo más que hostil -su familia y él mismo sufrieron la persecución de ETA-, representó a la organización de José María Aznar y Mariano Rajoy durante mucho tiempo en el País Vasco, hasta que la ruptura del presidente gallego con el ala más dura del PP hizo que Abascal se desplazaran a Madrid para trabajar a sueldo de la Comunidad de Madrid, bajo la protección de Esperanza Aguirre. Eso se lo echan en cara otras formaciones, pero también sus excompañeros populares cuando oyen a su ahora adversario prometer que él sí terminará con los chiringuitos de la Administración que practican el enchufismo.

Creó además la fundación para la defensa de la nación española antes de poner rumbo al partido de las tres letras. El de Ortega Lara y todos aquellos a los que el PP, durante mucho tiempo, supo dar cobijo sin que sintieran la necesidad de buscar nuevos (ultra)horizontes. Ha sido en Vox donde ha pasado de ser uno más a convertirse en un líder en crecimiento que enarbola un patriotismo crudo, ese que tras el 28-A acampará por las Cortes. "Ni somos nacionalistas exacerbados ni somos patriotas constitucionales, porque nuestra patria no es la Constitución, nuestra patria es España", sentenció recientemente en Libertad Digital.