Los sherpas no brillan, no se lleven a engaño. Es un término de la jerga diplomática que nombra a esos asesores y fontaneros que trabajan en la sombra allanando caminos en las relaciones internacionales sin exhibir medallas en el pecho, ni laureles dorados por las batallas que ayudan a conquistar.

José Manuel Albares pertenece a esa especie, pero en los ocho meses que lleva junto a Pedro Sánchez en la Moncloa ha trascendido esa labor de sherpa y se ha revelado como una de las piezas políticas más valiosas de un Gobierno que nació con las prisas y las improvisaciones de la moción de censura.

Ahora que Josep Borrell puede ser el candidato del PSOE a las elecciones europeas de mayo, las quinielas empiezan a apostar por Albares como sucesor al frente del Ministerio de Exteriores.

Sería un destino conquistado a pulso. Nunca lo tuvo fácil. Nació en una familia humilde de Usera, Madrid, y logró gracias a las becas hacer su bachillerato en un internado de élite cerca de Boston (EEUU). Tenía 14 años cuando se fue y quienes le conocen saben de la soledad que sufrió al marcharse tan joven, tan lejos cuando internet y los móviles eran chismes de un futuro que siempre llegaba tarde. Pasó un año en el colegio americano de Tánger y se graduó, de vuelta a Boston, como primero de su promoción.

SIN CUNA, NI HERENCIA

Eligió como eligen los de la parte de los sin parte. Dejando que sus becas eligiesen por él. Estudió derecho con especialidad en empresariales en la Universidad de Deusto y de allí conserva buenos amigos que le describen como un hombre apasionado de la política que apostó por hacer una carrera diplomática sin cunas, herencias, ni abolengo.

«Se encerró a estudiar las oposiciones con una disciplina radical, encerrado en un piso, con un régimen espartano increíble porque sabía que no le iban a regalar nada», recuerda un compañero universitario con quien sigue manteniendo una estrecha amistad. Quienes han coincidido con Albares dicen que ha ido tejiendo una visión política del papel que España debe jugar en el exterior.

El empeño porque este país hable con voz propia en un mundo globalizado, la reivindicación de una UE digna que proteja a sus ciudadanos en lugar de castigarlos y la constatación de que el repliegue dentro de nuestras fronteras no permite resolver los problemas que afrontamos en el siglo XXI llevan su sello. Es el responsable de la apretadísima agenda del presidente en el exterior, de driblar las oleadas de crisis como la del brexit o Venezuela. Y no menor, ha desarrollado una eficiente capacidad para proveer a la prensa de claves y contextos, lo que evita la sobreexposición del presidente en asuntos críticos.

Cuentan sus amigos que es un hombre discreto, un trabajador infatigable. «Es una persona excepcional, discreta, con un enorme deseo de trabajar, una mente brillante y un magnífico amigo que no ha tenido nada fácil en la vida pero ha ido construyendo su carrera diplomática con mucho esfuerzo y compartiéndola con el proyecto político en el que cree, el del PSOE», explica una fuente diplomática.

«No es un gestor, tiene una visión política en mente, ha hecho una carrera sin padrinos y militando en el PSOE desde la base. Ha mantenido lealtades por donde ha pasado», relatan sus amistades.

Albares es un socialdemócrata convencido que reivindica insistentemente la igualdad de oportunidades. Creyó en el liderazgo de Sánchez desde el principio. Cuenta en sus círculos más próximos que siempre pensó que la audacia del líder socialista se vería recompensada. Por Sánchez dejó su puesto como consejero cultural en la embajada española en París, ciudad en la que vivía con su esposa, Hélène Davo -exjueza de enlace Francia-España- y sus cuatro hijos, para aventurarse como secretario de Asuntos Internacionales.

Ahora vive de avión en avión, pegado a Sánchez (aparece a su lado en la famosa fotografía del Falcon). Su futuro puede estar en la sombra o en una cartera de ministro que demuestre que aquello de la igualdad de oportunidades no era solo una pose de la élite socialdemócrata.