A Maria Salvo, exmilitante de las Juventudes Socialistas Unificadas, hubo que trasladarla en ambulancia y silla de ruedas. El abogado católico Agustí de Semir subió a la tribuna con ayuda y un sonotone en cada oído. Y también precisó de un brazo en que apoyarse Gregorio López Raimundo, aquel comunistón acastillado que ayer tenía la fragilidad del cristal por el cruel encogimiento a que somete la edad. Sobre el esfuerzo de los tres, "símbolos vivos" de la resistencia antifranquista de miles de personas sin nombre, se pasó de puntillas durante años para no malbaratar el encaje de bolillos de la transición.

Un acto emotivo

La ancianidad de los homenajeados y el motivo hicieron más emotiva si cabe la ceremonia de investidura de los tres activistas como doctores honoris causa por la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). La Rovira i Virgili de Tarragona también tributó ayer esa distinción a otros tres luchadores: el escritor Josep Anton Baixeres, el poeta Xavier Amorós y el activista tortosino Josep Subirats.

El rector de la Politécnica, Josep Ferrer Llop, dio la bienvenida a los octogenarios con un discurso incisivo: "Hay que romper un silencio que más allá de la prudencia deviene injusto y cobarde". Ferrer explicó que la investidura se inscribe en un ciclo de actividades destinado a conmemorar el 25º aniversario de la Constitución. Fue ahí donde el rector soltó una carga de profundidad: "Las constituciones pueden, y es bueno que lo hagan, cambiar para adaptarse a las transformaciones sociales. La Historia enseña que la sacralización de los textos nos paraliza y nos hace retroceder".

El auditorio de la UPC estaba a rebosar: desde simpatizantes del PSUC, hasta diplodocus políticos como Santiago Carrillo. Nadie se atrevía a romper el silencio. Por eso, fue un alivio cuando el padrino de los tres doctorandos, el profesor Guillermo Lusa Monforte, se levantó para ayudarles a subir al estrado: cientos de manos, al fin, se entregaron al placer de aplaudir hasta enrojecer. Parecía que la salva de palmas atronadoras conjuraba el "hambre, el estraperlo y la tuberculosis", los fusilamientos, la feroz represión y la censura, como se encargó de recordar el profesor Lusa en su inventario del horror.