Este partido se debate entre dos pulsiones que lo atormentan: vive en un añorado ayer del que sabe que debe desprenderse si aspira a disfrutar de un mañana. Los populares presienten que toca cambiar y han empezado por el decorado, renunciando al azul por el naranja. Decenas de voluntarios con niki naranja se han desplegado por el congreso cuando, no hace tanto, Teófila Martínez forzó que se cambiara el plató de televisión en el que iba a debatir con Manuel Chaves porque era naranja. Ni siquiera rojo. Pero el naranja le debió parecer horrorosísimo a la candidata.

A Gallardón, en cambio, es un color que le pone. Los jovencitos de naranja le adoran y le gritan "¡Alberto, Alberto!", pero entre la militancia granadita despierta escaso fervor. A Gallardón hay que reconocerle aguerrido. Se atreve incluso a citar al abuelo poeta de Maragall y sienta doctrina al defender que el liberalismo no es profesión de fe, sino algo así como una cuestión de estilo que uno debe lucir con naturalidad. Todo muy naranja. Pero llega Zaplana y pone las cosas en su sitio: "Si nos dejan solos, mejor para nosotros y peor para ellos". ¡Hala!. Azul hasta la médula.

Descamisado y sin corbata

Pero en el PP persisten hábitos enquistados que ni el más pintado logrará erradicar. La llegada de Aznar es uno de esos instantes clásicos. El aún presidente pasa olímpicamente de privarse de la siesta para escuchar a Gallardón, por mucho que su esposa, Ana Botella, esté como un clavo en primera fila. A ella le toca, que para algo Gallardón es su jefe. Aznar prefiere llegar para oír a Acebes. Se le ve relajado. No sólo ha olvidado la corbata, sino que se ha desabrochado los dos primeros botones de la camisa azul. Así, descamisado, saluda a los militantes que le rodean y a los más lejanos les hace un gesto --muy yanqui--, con el pulgar en alto. Un joven afiliado nacido en Euskadi, hijo de catalanes, le acerca su libro de memorias para que se lo dedique: "A mi amigo Unai". Aznar sube al escenario cual estrella de rock, lanza un saludo militar a Esperanza Aguirre, y todo se funde en azul. La ovación es obstinada. Quien pretenda borrar de los cartuchos el nombre del faraón, va listo.

Sin embargo, hay detalles que revelan que algo se mueve. Por ejemplo, Rato se pierde su primer congreso y envía un vídeo desde Washington. Es curioso, porque a Rato, director del FMI, no le duelen prendas hablar de los "pobres", como se les ha llamado toda la vida, mientras que su compañera Espe insiste en lo de "desfavorecidos", o sea, que nadie les ha hecho un favor en su vida.

Se nota que algo está cambiando en que Rajoy acude a la sala de prensa a saludar a los periodistas, algo que Aznar ya no hacía en sus últimos años en el poder, y en que hay follón con las uniones homosexuales. Por primera vez en mucho tiempo, se comenta en el congreso, puede haber incluso debate. Jorge Fernández Díaz, exnúmero dos de Rajoy cuando éste era ministro, está como una moto. Miembro confeso del Opus Dei, piensa defender con uñas y dientes que tamaña aberración no prospere. Tiene una boda, pero piensa ir directamente a la cena sin pasar por la iglesia. Quedará para los anales de la historia el día en que Jorge Fernández se saltó una misa para impedir la deriva moral de su partido.

El primer día de congreso acabó así, en tablas, y con el convencimiento de que, por ahora, en cada afiliado hay un Gallardón o un Zaplana pugnando por salir. ¡Uf!