El PP se quejó de que la comparecencia de José María Aznar había ido por derroteros lejanos al objetivo inicial (la presunta financiación ilegal del partido) y es verdad. Durante cuatro horas y cuarto de sesión, los portavoces de los diferentes grupos parlamentarios aprovecharon la oportunidad para pedirle cuentas por numerosos escándalos y noticias que jalonaron sus ochos años en la Moncloa. La guerra de Irak, el Yak-42, las mentiras del 11-M... Graves asuntos por los que el que fuera presidente entre 1996 y 2004, como quedó patente, no ha dado suficientes explicaciones todavía a la opinión pública.

Aznar se esperaba un tercer grado y llegó al Congreso bien preparado y bien arropado, con el nuevo líder del PP, Pablo Casado, a la cabeza y también una decena de diputados que le aplaudieron y le rieron sus ocurrencias, algunas de poco gusto, como la referencia a las bombas de Arabia Saudí o los hijos prematuros de Pablo Iglesias.

La comparecencia prometía. Había una veintena de periodistas, casi tantos como diputados en sus asientos. Desde el primer momento se comprobó que Aznar no iba a evitar el careo con los portavoces y dejó claro ya con el primero, Rafael Simancas (PSOE), que llevaba argumentos para revolverse con cada uno de ellos. Para los socialistas, los ERE; para Gabriel Rufián (ERC), la acusación de «golpista», para EH-Bildu, ETA; para Pablo Iglesias, los supuestos cobros de Irán y Venezuela. El rifirrafe entre el republicano y el expresidente llegó hasta tal punto que el presidente de la comisión, Pedro Quevedo (Nueva Canarias), soltó: «Como se suele decir, guardemos las vísceras en el closet. Esto no es fácil, como ustedes saben». Quevedo debe de perder entre uno y dos kilos por sesión de la comisión. Aznar,