Primera semana de abril del 2018. El ciudadano Quim Torra comenta que son tantas las dificultades para hallar un candidato a presidente de Cataluña que incluso ha aparecido un nombre inesperado en las quinielas: el suyo. Un mes después, Torra era investido como 131 president, aunque sigue considerando a quien le situó en el cargo, Carles Puigdemont, como el president legítimo.

El aniversario de su mandato coincide con dos hechos: la protesta de los sindicatos y los trabajadores y educadores y educadoras sociales por el colapso de la aplicación de la ley de dependencia en Cataluña -las listas de espera más altas del Estado, tras Canarias- y la declaración de hoy de Torra ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) por desacatar -unos días- la orden de retirar los lazos amarillos en campaña electoral. Es decir, insuficiencia en políticas sociales y sobreactuación -con reculada final- en la agenda soberanista.

Los tres ingredientes que definen la solidez de un mandatario (liderazgo, mayoría parlamentaria y dominio de la agenda) no parece que estén en la cocina de Torra. Respecto al liderazgo, ha dejado claro desde el inicio su voluntad de no perpetuarse. Intentó marcar perfil con unas propuestas (marcha por los derechos nacionales, recuperación de leyes cercenadas por el Tribunal Constitucional, unidad soberanista) no se han hecho realidad.

También intentó marcar perfil lanzando un ultimátum a Pedro Sánchez o cuadrando a los republicanos cuando se revolvieron contra las intenciones de Puigdemont de no ceder su escaño en el Parlament. Solo logró un pacto de mínimos.

En la Generalitat se admite que Torra es ninguneado y tiene un papel absolutamente subsidiario en las campañas electorales, ya que ERC marca su propia agenda y no logra que el conjunto del independentismo camine en una misma dirección.

En cuanto a la estabilidad parlamentaria, esta ha pasado de ser precaria a inexistente. Primero, por el portazo de la CUP a lo que los antisistema denuncian como «procesismo». Segundo, por el autogol de JxCat al negarse Puigdemont, Toni Comín, Josep Rull y Jordi Turull a renunciar al escaño en el Parlament, perdiendo así votaciones. Y tercero, por la incapacidad del Govern de lograr ningún apoyo externo para aprobar los presupuestos. Debates clave como el de política general han arrojado varias derrotas parlamentarias de Torra a manos de la oposición, que le exige más política social. Durante este año, médicos, estudiantes y mossos han salido a la calle. Y sin presupuestos no hay posibilidad de ir más allá de los apaños.

En el haber de Torra sí hay un cuadro macroeconómico favorable, así como el restablecimiento de un clima de diálogo con la oposición -salvo con PP y Cs- y el intento de forjar una mesa de negociación con el Gobierno de Sánchez, que se fue al traste con el veto a las cuentas del Estado.

Todo bajo el síndrome de la provisionalidad, a la espera de unas elecciones en la que Torra no parece ser clave de futuro.