"Esta mañana, una vez que el ministro de Defensa ha jurado su cargo, le he dado la orden de que disponga de lo necesario a fin de que las tropas españolas destinadas en Irak regresen a casa en el menor tiempo y con la mayor seguridad posibles".

El 18 de abril, al día siguiente asumir la presidencia del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero anunció con gran solemnidad la primera medida de su mandato: el retorno de las tropas de Irak. La decisión, que provocó las iras de Washington, no fue una mera maniobra de propaganda, sino que fue el pistoletazo de salida para lo que pretende ser una revisión a profundidad de la política exterior española. Muy en particular, de la que desarrolló José María Aznar en sus ocho años de Gobierno.

Corazón europeo

Zapatero se planteó como primer objetivo el retorno de España al corazón de la Unión Europea (UE). Así, en sus primeros 100 días de mandato, el presidente ha dedicado buena parte de sus energías a recomponer las relaciones con Francia y Alemania. Tras el preceptivo viaje inaugural a Marruecos, Zapatero se reunió en Berlín con el canciller Gerard Schröder, el 28 de abril y, un día después, con el presidente Jacques Chirac, en París.

El paso siguiente, tras sendas reuniones con el portugués José Manuel Durao Barroso y el italiano Silvio Berlusconi --a quien se metió en el bolsillo cediéndole la firma del tratado constitucional de la UE en Roma--, consistió en desbloquear la Constitución europea. Con ese fin, Zapatero aceptó lo que ya era inevitable: el entierro del Tratado de Niza y la aprobación de un nuevo reparto de poder menos beneficioso para España. A cambio, consiguió un acuerdo que garantiza a España la misma capacidad de bloqueo en los temas más importantes para sus intereses.

La sintonía de España con Francia y Alemania se manifestó con todo su vigor en la cumbre de la OTAN celebrada en Estambul el 26 de junio, donde los tres países rechazaron la implicación de la Alianza Atlántica en Irak y proclamaron que el nuevo orden internacional debe residir en la ONU y el derecho internacional.

Normalizada la presencia en la UE, y en estrecha coordinación con Francia, Zapatero ha puesto en marcha su nueva estrategia en el Magreb, que pretende una relación equilibrada con Marruecos y Argelia y una solución autonomista del conflicto del Sáhara, previo acuerdo entre Rabat y el Frente Polisario. En sus 100 días de mandato, el presidente ha visitado ambos países magrebís, aunque con resultados muy desiguales: ha recompuesto las relaciones con el reino alauí, llevadas a punto muerto por Aznar, pero no ha logrado entusiasmar al régimen de Argel, al que el Ejecutivo del PP cortejó con el ánimo de inquietar a Rabat.

"Sin soberbia"

En cuanto a la otra región fundamental para España, Latinoamérica, Zapatero ha activado un nuevo tipo de aproximación "más amable, de iguales, sin soberbia", según señala un asesor de la Moncloa. La calidez en que se desarrolló su visita a México en mayo pasado contrastó con las muestras de rechazo que recibió el expresidente Aznar el año pasado, cuando hizo escala en la capital mexicana en su viaje hacia el rancho de George Bush.

El giro en la política exterior de Zapatero ha tenido también su vertiente interior. Así, ha anunciado que implicará más a las comunidades autónomas en la actividad internacional y consiguió que la Constitución Europea incluya un primer reconocimiento a las lenguas cooficiales de los estados.

Más trascendental aún es el papel que ha empezado a conceder al Parlamento en el debate de la política exterior. En junio, explicó en el Congreso la posición que iba a llevar a la cumbre europea de Bruselas. Hasta ese momento, todas las comparecencias en esta materia eran a posteriori. El 6 de julio se produjo un hecho histórico: el presidente pidió al Congreso --y la recibió-- autorización para enviar tropas a Afganistán y Haití. Anunció una ley que exija en el futuro la autorización parlamentaria para el envío de soldados al extranjero.