"Algo hemos debido de hacer mal". La frase sonó como un latigazo que fustigaba la conciencia de la familia conservadora. Como un hijo insolente, Alberto Ruiz-Gallardón invitó al PP, en la apertura del 15º congreso, a enterrar políticamente al padre, José María Aznar, y a abjurar de lo negativo de su gestión. Ese 1 de octubre no se dictó la sentencia de muerte del alcalde de Madrid. Pero casi.

Pocos delegados del congreso aplaudieron su invitación a la autocrítica. Su alegato fue una reprobación del aznarismo, con el que Gallardón jamás comulgó. Por eso, propuso firmar con el electorado "un nuevo contrato político", un giro a la izquierda en busca del centro. Los dirigentes del PP replicaron que no era momento de autocríticas ni de cambiar el rumbo, que sería ceder a los postulados de la izquierda y un suicido.

Un nuevo error

Quienes creyeron que Mariano Rajoy arbitraría entre el sector más conservador y la minoría progresista que pretende encarnar Gallardón, erraron de nuevo: "No vamos a hacer genialidades ni volteretas de titiritero", le respondió.

Gallardón ya intuía que Rajoy le iba a incluir en el comité ejecutivo del PP, pero sin darle protagonismo. Sería un vocal más entre 40. Su entrada en la dirección nacional era una contrapartida para que aceptase a Esperanza Aguirre como presidenta del PP en Madrid.

La insistencia del alcalde en situar en la dirección a su número dos, Manuel Cobo, no obedecía a un súbito interés por la vida de partido, sino al temor de que Aguirre, dueña del poder orgánico en Madrid, entorpeciese su salto como relevo de Rajoy, de caer éste derrotado en las elecciones. El plan de Gallardón era sencillo: involucrarse en la dirección del PP, acentuando su perfil diferenciado; revalidar la mayoría absoluta de las municipales del 2007, confirmando su liderazgo social; y aguardar la derrota de Rajoy.

Esperaba el edil que el PP le entregase las riendas por su tirón electoral. Pero ni Rajoy le premió con un cargo ni Aguirre se avino a compartir el PP madrileño. Y aún se equivocó más al lanzar el órdago de presentar la lista alternativa, pues permitía a sus detractores en el PP reprocharle lo que de verdad piensan de él: que es un ególatra, desleal con el partido y demasiado cercano al PSOE y al Grupo Prisa.

En la junta directiva del PP madrileño del miércoles se escenificó la desigual pugna entre el aznarismo, ultraliberal en lo económico y ultraconservador en lo social, y una minoría aperturista.

Presiones ultras

La derrota de Gallardón por goleada y su choque con el equipo de Rajoy le invalidan como alternativa al frente de un partido que, por ahora, prefiere preservar las esencias. El vicealcalde Cobo puso el dedo en la llaga al achacar su descalabro a presiones "ultras y fundamentalistas" ajenas al partido, en alusión a Federico Jiménez Losantos, estrella de la COPE y azote de Gallardón y del PSOE por igual. Su perniciosa influencia sobre el PP, según los afines al alcalde, será la perdición de Rajoy. Este siguió ayer casi como si la guerra no fuera con él: "Lo de Madrid se ha saldado bien", subrayó.