La fecha del 20 de noviembre sigue acumulando historia de España a sus espaldas, aunque en esta ocasión con pátina democrática. El 20-N del 2011 será recordado como el día elegido para poner fin a la era Zapatero, marcada en sus primeros años por la bonanza y los avances en materias sociales y fuertemente sacudida en el último tramo por un incendio económico que aún continúa vivo. «Nadie podrá decir que no hemos elegido un día con su sal y su pimienta», bromeaban ayer fuentes de la Moncloa. Anécdotas aparte, el todavía presidente del Gobierno decidió terminar de un plumazo con las especulaciones sobre el adelanto electoral y colocar un dique para frenar los ríos de tinta que, en periódicos de tendencias distintas, han servido para subrayar que en el mundo de la política y la economía tomaba fuerza la tesis de que las elecciones otoñales eran la mejor opción. Pues, desde ayer, las generales ya están anunciadas, que no convocadas. Según Zapatero, tan difícil decisión responde «al interés general» y a un intento de crear «certidumbre y estabilidad» en torno a la economía española. O sea, justo lo contrario de lo que defendía hasta ahora. Pero en el entorno del jefe del Ejecutivo, de forma oficiosa, se confiesa otra versión: «Esto responde a los deseos del partido, del candidato». Sea como sea, la mayoría de los grupos parlamentarios, empresarios, banqueros, sindicatos y patronal se felicitaban ayer por la iniciativa. Sobre todo, Mariano Rajoy, que había sido avisado con cierta antelación. El candidato de los socialistas, Alfredo Pérez Rubalcaba, prefiere que no se le achaque la elección de la fecha. Eso restaría autoridad a Zapatero en estos momentos. Al fin y al cabo, sigue dirigiendo el Gobierno y, al menos sobre el papel, el PSOE. «Yo no he pedido nunca al presidente que adelante las elecciones. Nunca, pero comparto plenamente las razones que ha dado para hacerlo», aseguró ayer Rubalcaba ante los micrófonos y las cámaras. El caso es que Zapatero -tras consultar o dejarse convencer por Rubalcaba, según a quién se le pregunte por el asunto- ha hecho uso de su facultad para fijar la fecha electoral, optando por el adelanto y liberando al aspirante del PSOE, todo hay que decirlo, de hacer campaña con unos presupuestos muy restrictivos a cuestas. Como ya hizo en su día Felipe González, Zapatero ha intentado explotar el efecto tranquilizante de su anuncio, separándolo en varias semanas de la fecha real de disolución de las Cortes, que tendrá lugar el 27 de septiembre. ¿Por qué adelantar? Pues, según explicó el presidente del Gobierno ayer en la Moncloa, porque es «natural y razonable» dar ese paso justo ahora, cuando la economía aún no remonta, pero deja ver ya un «cierto cambio de tendencia positivo» que, a su entender, aconseja dejar a un nuevo Ejecutivo las reformas pendientes para hacer llegar una recuperación que él cree encauzada. Zapatero desea que un Gabinete recién estrenado se haga cargo de las arcas del Estado a partir del 1 de enero. Y para echar una mano a quien le suceda -las encuestas apuntan hacia Rajoy, aunque Rubalcaba cree que, tras el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), tiene más posibilidades de remontada-, afirmó ayer que habrá más medidas para reducir el déficit. Se aprobarán en una reunión del Consejo de Ministros el 19 de agosto y estarán vinculadas al gasto farmacéutico y a ajustes en el impuesto de sociedades. Además, confirmó que se prorrogarán los presupuestos generales (y eso que contaba con el apoyo del PNV, CC y UPN para aprobarlos de haber querido) y puntualizó que mantener las cámaras abiertas en septiembre le permitirá dar vía libre a algunas leyes que cree imprescindibles, sin excluir que se pueda aprobar alguna que otra norma ajena a la economía, como la ley de muerte digna y la de igualdad de trato, reivindicadas por sectores del PSOE que ansían la reconciliación con la izquierda abstencionista. Entre dimes y diretes ha quedado algo claro: toca votar el 20-N. Hay fuentes gubernamentales que aseveran que las «altas instituciones» del Estado conocían lo que Zapatero se traía entre manos. Un Zapatero que pretendía agotar legislatura pero que, explican sus allegados, empezó a escuchar con más detenimiento opiniones en sentido contrario tras la estruendosa derrota en las autonómicas de mayo. Entre bambalinas, la mayoría de los socialistas dan por hecho que Rubalcaba ha impuesto su criterio en la Moncloa, pero no en Sevilla: el presidente andaluz, José Antonio Griñán, no ha sucumbido a los deseos del partido y seguirá en la Junta hasta marzo. Rubalcaba apostaba por celebrar las generales y las autonómicas a la vez en busca de movilización máxima.