Con la Expo bajo el brazo y la moral por las nubes, nadie se podía imaginar un periplo tan complicado para la vuelta a casa de la delegación de Zaragoza, que tenía que haber llegado a la ciudad del Ebro sobre las 22 horas para celebrar la fiesta de la victoria en la plaza del Pilar. El vuelo llevaba a bordo una lista de autoridades bastante imponente. Pero la experiencia probó que ni siquiera con una vicepresidenta del Gobierno, otro autonómico, varios alcaldes y otros representantes institucionales se puede hacer nada cuando un mínimo fallo mecánico se cruza en su camino.

Aún antes, el traslado desde el recinto Villepinte se había complicado debido a la confluencia de varios desvíos por obras y unos conductores de autobús no muy versados en los accesos de esa zona de París. El desembarcar tarde en el aeropuerto fue la causa del primero de los problemas: el charter tenía media hora del margen para realizar su salida y el plazo había expirado. Aún así, la mayoría pensó que esto sólo sería un pequeño contratiempo y los ánimos siguieron altos.

Pero las risas empezaron a velarse cuando se anunció un tercer retraso por un fallo en el piloto de una válvula hidráulica. Y, después, cuando se explicaba que el avión iba a trasladarse a la zona de aparcamiento para ser revisado. A esas alturas, muchos sabían que esa noche había quedado ya algo empañada por toda la epopeya viajera. Por fin el vuelo partió a las 23.10 horas, casi 200 minutos más tarde de lo previsto. No hubo ganas de cava ni canturreos. Ni tampoco tiempo, pues en menos de una hora y media (y con la cena todavía en las mesitas) el avión llegó a su destino.

Precisamente fue el aterrizaje en el aeropuerto de Zaragoza lo que devolvió al selecto pasaje a la realidad de un día de fiesta. El destino era la plaza del Pilar, a cuya virgen habían pedido apoyo sólo unos días antes. Apoyo para la Expo, aún sin acordarse de rogar por el bendito piloto.