Zaragoza se transforma con sus exposiciones. Si la muestra aragonesa celebrada de 1868 supuso la primera toma de contacto de la capital con el mundo industrial, el certamen de 1868 sirvió para dotarla de las primeras líneas de tranvía. La exposición hispano-francesa de 1908 fue el punto de inflexión en su desarrollo urbanístico, social y económico, justo un siglo después del estallido de la guerra de la Independencia. Ahora, con la mirada puesta en su centenario, Zaragoza aspira a acoger otro gran evento que garantice saldar deudas en comunicaciones e infraestructuras y saciar el apetito por volver al panorama internacional.

Echando la vista atrás, el 6 de marzo de 1863 se gesta la idea de celebrar en la capital aragonesa una exposición de productos agrícolas e industriales, que se llevará a cabo finalmente cinco años después. La muestra se levantó entorno a la Glorieta de Pignatelli (Plaza de Aragón y las calles Ponzano y Canfranc) y la fachada principal guardaba alineación paralela y retranqueada con los edificios ya construidos del Salón de Santa Engracia (Paseo de la Independencia).

Bajo mandato del alcalde Antonio Candalija, el arquitecto municipal Mariano Utrilla se basó en dos criterios arquitectónicos: el evento se desarrollaría en un solo pabellón de nueva planta al que se sumarían instalaciones auxiliares. La exposición se dividió en cinco departamentos --ciencia, artes liberales, minerales y productos químicos, agricultura e industria-- y estuvo marcada por la escasez de recursos económicos, siendo únicamente el ayuntamiento y la Diputación Provincial quienes hicieron las aportaciones.

El 15 de septiembre quedó abierta la Exposición de productos de la Aagricultura, de la Industria y de las Artes , conocida como la I Exposición Aragonesa. Pero días más tarde, los pronunciamientos revolucionarios que ponen fin al reinado de Isabel II marcan su suerte.

Nueva cita

Debido a su desenlace prematuro e inesperado, pronto se empieza a trabajar en la celebración de otra nueva exposición. La de 1885 tampoco se aleja del infortunio aunque por causas más terribles: una epidemia de cólera asolaba a la ciudad en igual proporción que a media España. Esta venía a sumarse a una serie de años de malas cosechas en la región, crisis general de fin de siglo que afectaba a toda Europa y época con gran inestabilidad política durante la Restauración. Bajo este marco se celebró un certamen que sirvió de puente entre la celebrada años atrás y la gran muestra de 1908.

Esta vez no se siguió el modelo de pabellón expositivo de 1868 y el evento se alojó en las instalaciones del nuevo matadero municipal que el arquitecto Ricardo Magdalena Tabuenca terminaba de construir en la calle de Miguel Servet. El edificio, amplio y flexible, acogió mayor participación de expositores extranjeros con relación a la de 1868, procedentes de ocho países diferentes.

En su organización se puede apreciar la evolución de la propia economía aragonesa en los pocos años transcurridos. De las seis secciones en las que se dividió, tres estaban dedicadas a la industria: mecánicas, extractivas y químicas. El resto se centraban en la agricultura, en las ciencias y en las artes liberales.

La exposición, más que un acontecimiento clave en sí mismo, fue un hito, una referencia, a partir de la cual la sociedad local asentó las bases de lo que sería la gran cita de 1908. Tras dos certámenes marcados por la guerra y por la epidemia de cólera, respectivamente, Zaragoza

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