Como activista por la paz, Carmen Magallón (Alcañiz, 1951), doctora en Ciencias Físicas, ha viajado a zonas de conflicto, donde la violación ha sido utilizada como arma de guerra. Pero insiste en un mensaje: las mujeres no sólo son víctimas, sino que contribuyen activamente en la búsqueda de una solución pacífica. "Son constructoras de paz", afirma.

Recién nombrada hija adoptiva de Zaragoza, es directora del Seminario de Investigación para la Paz y desde 2011 preside la sección española de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, de la que habla en esta entrevista con Efe unos días antes de partir a Nicaragua y México.

La violación se utiliza como arma de guerra, ¿la mujer es doble víctima en las zonas de conflicto?

En las guerras de Yugoslavia se comenzó a hablar de la violación como arma de guerra para conseguir la limpieza étnica. Yo conocí a algunas de esas mujeres y ellas no querían ser catalogadas como víctimas, porque esta etiqueta es muy reduccionista. Es más interesante ver a las mujeres como constructoras de paz. Ellas, siendo víctimas, sacaron fuerzas y dieron los primeros pasos para unir. El movimiento Mujeres de Negro logró juntar a bosnias, croatas... y establecer lazos entre ellas. Esto ha pasado también entre palestinas e israelíes. Se tiende a mirarnos como víctimas, y no sólo somos víctimas. Las mujeres estamos proponiendo salidas a los procesos donde hay un conflicto armado.

Colombia es un ejemplo del papel protagonista de la mujer en la búsqueda de la paz, un caso que también conoce bien...

Sí, cuando estaba el proceso en marcha, organizaciones como la Ruta Pacífica de las Mujeres Colombianas reivindicaron estar presentes en la mesa de negociación apoyándose en una resolución de Naciones Unidas. Finalmente, consiguieron entrar y crearon una subcomisión de género que repasó todos los acuerdos de paz para comprobar cómo afectaban a hombres y mujeres. Es un ejemplo exitoso, pero el referéndum salió "no" por muy poco. Las iglesias evangélicas manipularon el concepto y dijeron que el acuerdo de paz tenía perspectiva de género y que eso iba a atacar a los valores familiares, y no era eso. Lo que se había logrado era ver como afectaba a hombres y mujeres.

En algunos países de América Latina, la mujer abandera también la defensa del medio ambiente. ¿Por qué ellas?

Defender la paz es defender la vida. En América Latina, ellas están a cargo del mantenimiento de la vida; son las que van a buscar agua y dan de comer. Aquí si se envenena el Ebro nos compramos agua embotellada, pero, en estas comunidades, si se envenena el río ya no pueden hacer nada. Por eso en América Latina, existe el movimiento de las Defensoras, como era Berta Cáceres. Aunque haya hombres, se llama así porque ellas llevan el liderazgo.

Es presidenta de honor de Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPD), ¿por qué hace falta una organización así?

Al principio del siglo XX, millones de mujeres del mundo, también de España, estaban coordinadas para lograr el voto. Durante la Primera Guerra Mundial, estas sufragistas quisieron parar la guerra y se reunieron en La Haya, donde acudieron 1.136 mujeres de doce países. Cuando les cuento estas historias a las bananeras de Apartado (Colombia) se sienten empoderadas, porque esta organización sigue viva. Tiene una oficina en Nueva York y en Ginebra, y estamos en más de 35 países con una capacidad enorme. En 2015 celebramos el centenario de ese primer congreso y otra vez nos reunimos más de mil mujeres, entre ellas cuatro premios Nobel de la Paz: la abogada iraní Shirin Ebadi; la activista liberiana Leymah Gbowee; la profesora estadounidense Jody Williams y la cofundadora del Movimiento por la Paz en Irlanda del Norte, Mairead Maguire.

¿Influye WILPF en la política internacional?

Sí, nació para eso, para influir y cambiarla antes de que se fundara Naciones Unidas. Fueron estas mujeres las que se dieron cuenta de que los países, al tener conflictos de intereses, necesitaban un foro para debatir, y en 1919 surge la sociedad de naciones.

Estamos asistiendo a un resurgir de la carrera armamentística y un discurso militarista, ¿lo ve con preocupación?

Sí, los países tienen sus intereses en la producción y venta de armas, España también, y aunque hay unos protocolos para que no se usen en determinados países, las armas van saltando fronteras y llegan a todos sitios. El único país que se ha atrevido a pararlo ha sido Noruega. Su ministra de Asuntos Exteriores, Ine Eriksen, dijo que iba a hacer una política exterior feminista y que no iba a vender a Arabia Saudí.

Si hubiera más mujeres en puestos de responsabilidad, como el que menciona, ¿habría más cultura de paz en la política?

Yo creo que sí, pero no basta sólo con ser mujer, tiene que ser una mujer con una conciencia global y feminista. Pero es muy importante que el resto de mujeres apoyemos que, por ejemplo, no votemos a Trump. Pero sí es cierto que ha habido muchas mujeres que han propuesto otras formas de hacer política como Jane Addams, premio Nobel de la Paz en 1931, o Bertha von Suttner, que escribió 'Abajo las armas'. Por ejemplo, tras los atentados del 11-S, nuestras compañeras de Boston ya dijeron que la respuesta no podía ser otro bombardeo, sino asumir que somos vulnerables y cooperar con esos países para que no tengan ese caldo de cultivo.

Ahora que estamos de nuevo en una campaña electoral, ¿por qué cree que no se habla de estos asuntos en España?

R.- En este país no se habla apenas de esto porque la política internacional no entra en los debates. La venta de armas es un tema en el que no se puede entrar como un elefante en una cacharrería. Pero a medio plazo hay que trabajar en la comunidad para que todos entiendan que hay que transformar esas empresas.