Javier Moracho nunca olvidará las primeras zapatillas con las que compitió. Eran las de su tía Pilar. Por aquellos años Moracho tenía 13 años. «Me dijo, Javierín, pásate por casa y pruébate unas zapatillas», recuerda el olímpico. Eran unas Adidas azules de clavos. «Me irían bien seguro, aunque me venían grandes», dice Moracho con gracia. Su tía recuerda aquel día como si fuera ayer. «Mi sobrino es un cielo y nadie pensaba lo que llegó a ser».

El efecto de las zapatillas fue instantáneo para el montisonense. «Era 1970 en las pistas del Congosto de Manresa y competí con la selección de Huesca con gente mayor. Pero gané mis pruebas, el 150 y la longitud». Las zapatillas de su tía Pili fueron un talismán para el que años después fue olímpico en tres ocasiones en los 110 vallas, campeón de Europa indoor y 63 veces internacional.

Pilar Moracho comenzó a practicar atletismo siete años antes. Fue una de las pioneras del atletismo en Aragón. Poco después llegaron en Zaragoza el San Fernando encabezado por Blanca Miret y el Medina de María Luisa Orobia. Surgieron por generación espontánea en la localidad mediocinqueña y todas ellas tenían 17 y 18 años. Ese grupo de jovenzanas lo componían Angelines Ascaso, Marisa Tena, las hermanas Gálvez, Pili Español, Rosita Sierra, Pilar Moracho, Isabel Blanc, Marisa Martínez, Ana María Monter, Nieves Acherandio y Montse Beltrán.

Por aquellos años los jóvenes montisonenses ocupaban el tiempo libre en pasar por el puente del río Sosa o ir al cine Goya cuando cumplían los 18 años. «Era una manera de salir de la rutina diaria y hacer algo distinto. Vi que lo podía hacer bien y me gustó», explica Rosita Sierra. Las chicas del Monzón hicieron algo impensable para aquella oscura época del franquismo. «Nos decían en Monzón que nos fuéramos a casa a fregar», recuerda Pilar. «Ir en 1963 con pantalón corto era un poco pecado. Pero lo hacíamos con seriedad porque ligar con chicos estaba mal visto. Además, no cuajó ningún noviazgo. Nos saludábamos y cada uno a lo suyo», explica Rosita Sierra.

Muchos criticaban la nueva moda, pero cuando disputaron un torneo en Monzón con Montpellier y Casteljaloux las instalaciones se llenaron hasta la bandera. «Estaba el campo de fútbol que no cabía un alfiler», explica Sierra. Sin ningún tipo de propaganda un día bajaron todas al campo nuevo. Allí estaba el legendario Ernesto Bribián, el primer presidente del Centro Atlético Monzón, que aglutinó al grupo con sus consejos. Bribián tenía un ojo clínico para el atletismo increíble y desde el principio se dio cuenta que Sierra triunfaría en el atletismo de la época. «Aquí hay madera. Sierra había nacido para correr», sentenció el jefe.

Todas se daban el madrugón para ir a entrenar y después se iban a sus respectivos trabajos. «Vivía en La Azucarera, donde trabajaba mi padre. Me levantaba de noche, a las seis y me iba muy lejos, al campo nuevo. Después sin ducharme me iba a trabajar a la Ferretería Nadal», dice Pilar Moracho. Pese a que nació en Barbastro, Sierra siempre vivió en Monzón y trabajaba de dependienta en la Cooperativa Santiago Apóstol de Monsanto. «Hacíamos una hora de entrenamiento y practicábamos mucho fondo en la Fuente del Saso».

Pili Moracho era un atleta polivalente. «Hacía de todo y no valía para nada. Hacía longitud, vallas y jabalina, pero lo que más me gustaba y mejor me iba eran las vallas», reconoce. Pero ese bonito sueño se fue desvaneciendo poco a poco. «No cuajó demasiado», dice Sierra.Moracho se casó con un chico de Barcelona y lleva 43 años viviendo en Reus. «Pero me siento de Monzón. Mi sangre es aragonesa. ¡Oigo una jota y me muero!», dice emocionada.

La figura de aquel grupo era Sierra, la gran estrella de la velocidad prolongada en España en los sesenta. «Mis marcas no eran ni buenas, ni malas. Pero en el país de los ciegos el tuerto es el rey». Su zancada era elegante y fluida y era inconfundible su estampa corriendo con su cinta blanca en el pelo. «Sin ser veloz tenía un esprint bastante bueno. Si hubiera empezado con 12 años podría haber destacado mucho mas», explica. Disputó el primer Campeonato de España femenino tras la Guerra Civil. Fue en las pistas de Montjuic en 1963. Sierra fue plata en 200 y bronce en el hectómetro. Pero no se incluyó el 400 lisos al estar prohibido, la prueba que le hizo famosa. “Debía ser una distancia muy dura para las mujeres”, afirma con ironía. El año siguiente en el estadio madrileño de Vallehermoso fue la primera aragonesa en la historia en llevarse el oro en un Nacional absoluto. Fue en los 400 metros. Con 1.01.9 ganó con facilidad a la gallega María José Álvarez.

Con los años Sierra se pasó al mediofondo corto. “Siempre he sido más de salir deprisa, llevar una velocidad constante e ir a tope los últimos 150 metros”, dice. Después llegó a ganar la Jean Bouin de los años 63 y 68 y bajó del minuto en 400 en pista cubierta (59.07) y 2.12 en 800 lisos, llegando a ser internacional. Con los años se fue a trabajar a Barcelona en Telefónica. Allí se casó y fichó por el Universitario de Barcelona entrenando con Francisco Ramos. Se retiró muy joven, con 26 años. Desde que se jubiló lleva viviendo en Monzón 13 años. Sigue muy de cerca la competición en las pistas mediocinqueñas. “Tengo dos sobrinas que han cogido con ganas el atletismo. Nuria tiene 16 años y destaca en el cross y Xandra es más joven. Es importante que les guste”, reconoce. Ahora tiene 76 años y una salud a prueba de bomba. Pero prefiere no reengancharse con las carreras populares. “¡Para que me dejen atrás mis sobrinas nada!”, reconoce la veterana mediocinqueña.