Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos/ te pareces al mundo en tu actitud de entrega/ mi cuerpo de labriego salvaje te socava/y hace saltar el hijo del fondo de la tierra”. Los primeros versos del poema inicial de los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, de Pablo Neruda, se leen estos días en Chile entre el arrebato y la desconfianza. La figura de su autor no cesa de ser objeto de revisiones, y no solo judiciales, relacionadas con su presunto asesinato en 1973 por parte de la dictadura pinochetista. Ahora la discusión se relaciona con la pertinencia de rebautizar con su nombre al aeropuerto internacional de Santiago, actualmente llamado Arturo Merino Benítez, en honor al fundador de las Fuerza Aérea chilena.

Los grupos feministas se oponen a que el Premio Nobel sea la puerta de entrada al país desde el cielo. En medio de la posibilidad de que el Congreso vuelva a discutir el tema, se recordó el lado menos amable del hombre que ha estremecido a generaciones con sus versos. El catálogo de actitudes deplorables volvió a estar en boca de esos colectivos: malos tratos, el abandono de Malva Marina, su hija enferma y, además, la violación que describe con sus palabras en “Confieso que he vivido”, el libro de memorias que editó su tercera esposa, Matilde Urrutia, y que a la luz de los cambios culturales, se valora de manera diferente.

Neruda no es un nombre más en Chile y especialmente en la cultura de izquierdas. No solo por su histórica ligazón con el Partido Comunista y su respaldo indeclinable a la Unidad Popular (UP) que encabezó Salvador Allende hasta su derrocamiento, en 1973. Durante la lucha antidictatorial, se lo leyó en voz alta e invocó como acto de resistencia. Pero el país en el que se irguió como figura tutelar de la poesía, por encima de Vicente Huidobro, Enrique Lihn y el “antipoeta” Nicanor Parra, ya no existe hace tiempo. Por eso, las peripecias del joven cónsul chileno en la lejana Sri Lanka, entonces conocida como Ceilán, pintan un retrato reprobable. Neruda no deja aflorar ningún dejo de rubor cuando en la revisión de su vida cuenta cómo forzó sexualmente a una empleada doméstica en 1929. “La tomé fuertemente de la muñeca y la miré a la cara”. Ella luego “mantuvo los ojos bien abiertos todo el tiempo, completamente inconsciente”, se señala en “Confieso que he vivido”.

Cambio de nombre

La diputada de izquierdas Pamela Jiles expresó su rechazo a que el aeropuerto se llame Neruda. “Considero que no están los tiempos para homenajear a un maltratador de mujeres”. Ella fue criada en un entorno de izquierdas y conoció al autor de los “Cien sonetos de amor” en casa de su abuelo, quien, en su condición de abogado, le ayudó a cambiar legalmente su nombre Ricardo Eliécer Neftalí Reyes por el de Pablo Neruda. “Tenemos otra premio Nobel con mayores méritos estéticos que Neruda y sin ninguno de sus graves defectos. Preferiría que se llamara Aeropuerto Profesora Lucila Godoy Alcayaga”, dijo en relación a la Premio Nobel Gabriela Mistral.

La Fundación Neruda trató de restarle intensidad a la controversia y señaló que el también autor de “Canto general” siempre tuvo “enemigos”. Por lo demás, la polémica no afecta el caudal de visitantes a su casa-museo, en Isla Negra, ni a otros sitios de peregrinación. “El público que viene a las casas es el mismo y el entusiasmo y el cariño es el mismo”.