Es un valle largo y amplio. Tiene 15 kilómetros de longitud y un desnivel brutal de más de 2.000 metros desde el Parador de Bielsa hasta la cima del Monte Perdido. No está en los Alpes. Se encuentra en la comarca del Sobrarbe. Es el valle de Pineta, el jardín de recreo de la zaragozana Paola Cabistany. Es aquí donde le entró el veneno del montañismo desde que sus padres acudían como monitores a unos campamentos. Paola tenía cuatro años. «Recuerdo bañarme en el Cinca. Pero cuando estaba más de diez segundos con la cabeza dentro morían mil neuronas», reconoce con humor. Fue en los bosques del valle altoaragonés donde hizo su primera trepada. «Hay un árbol por el que escalaba hasta una enorme roca perdida en mitad del bosque. Allí estaba mi escondite», recuerda de su infancia la deportista del Club de Alpinismo Valdefierro y Montañeras Adebán.

Ahora tiene 34 años. Es inquieta, un culo de mal asiento. Sabe lo que dice y como lo tiene que decir. Es un mujer optimista por naturaleza y nunca ha visto la botella medio vacía. Hasta de los malos momentos ha encontrado cosas positivas. Como en el pasado mes de marzo. Bajando de la Collarada se rompió el ligamento cruzado de la rodilla izquierda. «Esquiaba y la nieve estaba muy dura. El esquí se clavó en el suelo y se rompió. Roté la rodilla y la verdad es que no era consciente de la gravedad. Pero tengo un recuerdo espectacular de aquel día, uno de los mejores del invierno», explica con sinceridad la montañera.

Nunca olvidará lo que hizo la cuchipandi, como denomina a sus compañeros. «Estoy contenta por la manera como funcionó el equipo. Es un grupo espectacular. El rescate fue muy fácil. Se echó la niebla y al final los pilotos del helicóptero pudieron entrar». Entre sus colegas estaba el maestro de Cabistany. Es Fernando Recalde. «Que aparezca gente así en tu vida es por la suerte. Se ha convertido en mi amigo. Te sabe decir tanto lo bueno como lo malo», explica.

Desde niña tuvo claro que lo suyo era la montaña. «En la familia sí teníamos que elegir entre la playa o la montaña sabíamos nuestra elección». Gracias a su fuerza y explosividad, Cabistany pronto supo qué camino elegir. «Primero jugué a fútbol en Valdefierro de lateral derecho y de delantera». Después practicó tres años el atletismo en el Stadium Casablanca, el Scorpio 71 y el Ourense. Pero fueron experiencias fugaces. «Era especialista de 100 y 200 lisos. Es un verdadero deporte de equipo. Todos se alegran de sus éxitos y los límites te los pones tú», afirma.

A la vez que corría sobre el tartán comenzó su romance con el barranquismo. «Siempre me he considerado barranquista. Hace diez años, en la despedida de soltera de mi cuñada, fuimos a hacer rafting y el guía de la barca me convenció de que me sacara el título de guía de barranquismo. Entonces había en la Sierra de Guara tres chicas. Ahora estamos diez». Estuvo varios años trabajando para una empresa en Abiego. Hasta que el año pasado se montó su empresa por libre. «Va muy bien y de momento no tengo números negativos. Me gusta mucho el guiaje y la formación, que la gente aprenda a ser autónoma en la montaña», indica.

La vida de Cabistany es un no parar. También se sacó el título de guía de escalada y el año pasado superó las pruebas para acceder al Equipo Nacional de Alpinismo con seis chicas. La otra aragonesa es Nieves Gil. Pese a su lesión en la rodilla, de la que le operaron el 25 de agosto, acudió a la primera concentración en Les Ecrins. «Todo lo que he conseguido me lo he ganado, porque lo he luchado y me ha costado mi entrega. Donde he tenido mucha suerte es en la gente que me ha rodeado y me ha apoyado. Soy una guerrera, pero tengo un ejército alrededor enorme», confiesa. Ahora descansa la guerrera con su rehabilitación. Quiere volver a la actividad en febrero. «Tengo tantos proyectos que ando muy motivada». Mientras tanto se dedica a nadar y coser en Abiego y disfruta leyendo a la orilla del Alcanadre, mientras Mota, su perra, se divierte pescando.