novillos de : Zacarías Moreno (3º devueltoy sustituido por otro del mismo hierro).

tomás rufo: oreja y vuelta tras petición y aviso.

FERNANDO PLAZA: ovación tras aviso y silencio tras aviso.

alejandro mora : ovación y silencio.

Presidió : José Antonio Ezquerra.

Se desmonteró: Alberto Aguilar tras parear al 2º novillo.

ENTRADA: Un tercio del aforo.

duración: 2,30 horas.

Ayer estaban los cabales, los irredentos enfermos de esto. Pocos, pero imprescindibles a la hora poner un poco de seso y cordura en este tinglado. Voces que a menudo son ahogadas por la masa, tan necesaria para sostener el invento pero tan distorsionadora que, en una misma semana, volteará su criterio tantas y tantas veces sin catón al que ajustarse.

El tamaño del toro (novillo ayer por edad) va también en correspondencia inversa a la expectativa de público: cartel de postín equivale a toro menguado y raquítico; novillada para noveles: animales tan apararentes que no salen en corrida de toros en plazas de segunda categoría.

Porque el lote que embarcó Zacarías Moreno estaba bien comido y rematado lo miraras por donde lo miraras. Y al toro hay que verlo de atrás a adelante.

Prietas y cuajadas las culatas, tampoco resultaban pobres en cuanto a encornaduras. Más recortado y de breves defensas el cuarto, el resto fue una corrida con presencia sobreabultada.

Esos kilos de más que distinguen al atleta del fofo lo pagaron los toreros hasta que decidieron dar fiesta a media jornada a los del jaco.

Luego, la mejor virtud que exhibió la novillada fue la movilidad constante, lo que no equivale a bravura o clase.

Cuando sale ese novillo con arrancadas anárquicas, muy suelto de las telas incluso buscando terrenos solitarios, se hace imprescindible una cabeza despejada.

Tomás Rufo posee ese don, la inteligencia. También el dominio de la escena con una naturalidad que apabulla. Dirige a su gente con el gesto y articula perfectamente el desarrollo de la lidia. Se adivina pues, más allá de lo que ayer hizo tangible, un torero de largo recorrido.

Ayer comenzó su faena de muleta con las dos rodillas en tierra ¡metiendo los riñones! Luego fue martillo con la muleta tanto que el novillo acabó cobarde y rindiéndose. La cosa no terminó de estallar pero arrancó oreja.

Peor suerte tuvo con su segundo, al que vistos los antecedentes, apenas picaron. Al final, a pesar de la perfecta arquitectura de la faena y de la episódica por intermitente ligazón, la cosa no cuajó. Solo quedaba terminar entre los pitones buscando el efectismo. Y también.

Más conformista e indulgente, Alejandro Mora salió a sumar muletazos más que a construir una obra compacta. Entregado en exceso a un postureo que en demasiadas ocasiones devino en abigarrado amaneramiento, su primero, taladrado con saña bajo el peto quedó en ruinilla sin pujanza y con demasiadas ganas de aparcar en el entablerado. Allí dictó el novillo, allí acabó el novillero, rehén de la voluntad del de negro.

Tampoco hubo qué en el otro. Ni mando ni sometimiento, solo un sí a todo lo que el novillo quería. Y dos desarmes. Y fallo a espadas.

Un portento de valor, un padre (miembro de su propia cuadrilla) bloqueado por la angustia y la incertidumbre y una labor lineal, sin picos de emoción. Algún ¡uy! pero ni un ¡olé!.

Esa es la esencia de la actuación de Fernando Plaza. Que no se quita si viene el toro pero que ayer fue de tarifa plana en su primero, al que, ya acochinado, aún quiso rematar por Bernadó de rodillas. Al menos no fue de siesta como el quinto, tras el que recorrió gran parte del ruedo al son de su capricho. Toro por fuera, casi nada por dentro.