Resuelto el misterio: la titulada corrida aragonesa consistía en que el cartel estaba compuesto por tres toreros de la tierra.

Quien pensara que iba a ver una modalidad de festejo con especiales peculiaridades, se desengañó al comprobar que el epígrafe no se correspondía sino con un espectáculo convencional. Vaya.

A pesar de la generosidad de la empresa con aquellas damas llamadas Pilar, que ayer entraban gratis (discriminación positiva), el coso registró un tercio del aforo en una fecha-puente antes de que comience lo que las masas quieren ver. Ayer era para abonados y partidarios. Pero... olivica comida, hueso fuera.

La otrora muy apetecible corrida de la ganadería salmantina de El Pilar, por la que tantas bofetadas había hasta hace no tanto tiempo, fue ayer una escalera en cuanto presentación. Más de 170 kilos de peso entre el segundo y el sexto, un poner.

También en cuanto a lo que llevaban dentro, pues el primer toro de Alberto Álvarez, un ejemplar estrecho y escaso de carnes pero con dos astifinísimos pitones arremangados y mirando al cielo, fue altamente humillador.

Aunque tardó en definirse, llegó a la muleta lleno de afanes por la pañosa que le presentó el ejeano. Primero, desde el centro del ruedo para recibirlo con inusitada suavidad. Luego, en cada cite, el toro seguía el paño por abajo mecido por esa mágica muñeca de Álvarez que, cuando se entona, hace imposible el más mínimo punteo o enganchón.

Las series fueron sucediéndose en ese son templado, mejor por el lado derecho. Lo exprimió.

En los últimos momentos del trasteo, despojado del estoque simulado, la muleta voló con naturalidad una y otra vez. Había surgido el innato y anhelado temple con el que siempre se asoció al de La Valareña.

El estoconazo fue de premio aunque quizá cayera unos centímetros más atrás de la marca.

El presidente Antonio Placer hizo suya la potestad que la norma le confiere al negar la segunda oreja y oyó una bronca de las que no se olvidan.

VETERANÍA

Alberto Álvarez sacó a relucir su oficio lidiador en el quinto, un toro con la cara por las nubes, muy renuente y de escasas arrancadas. Lo mató con dignidad.

Muy desdibujado estuvo Imanol Sánchez, que ayer no fue ni de lejos ese torbellino infatigable que busca toro por doquier, se entrega al máximo y hasta atropella la razón si es preciso para hacer su toreo bullidor y populista. Muy atenazado en el primero y sobrepasado por el sexto, del que pusieron en su mano una oreja.

Mientras, Ricardo Torres rumiaba su decisión durante toda la tarde: ahora o nunca.

No debió de quedar complacido por su labor básicamente izquierdista en su primero, un casi cinqueño cobardón que luego le regaló un puñado de embestidas antes de fallar y fallar con el pincho.

Menos aún con su otro, con el que nunca conectó, ni entrambos con los tendidos.

Y aparecieron los nubarrones; y al terminar el festejo el torero dejó paso al hombre; y abatidos los sueños, llegó a la orilla y allí, después de una larga tortuosa travesía varó la nave y se desprendió del añadido. Se cortó la coleta. Fin.

Fue el epílogo de una tarde en la que Alberto Álvarez fue más Álvarez que nunca, Imanol Sánchez menos Imanol que siempre y Ricardo Torres ya un recuerdo.