Ninguna ciudad del mundo consigue arrebatarle a Copenhague el título de la mejor del mundo para vivir. Desde que en los 60 el arquitecto JanGehl promovió la vida en las calles reduciendo el tráfico y unos cuantos alcaldes socialdemócratas hicieron una sólida apuesta medioambiental, la capital danesa es el paraíso de peatones, ciclistas, conductores (muy pocos) y familias enteras con niños. Ah, y de los propietarios y trabajadores de pequeños negocios, tiendas y restaurantes. El mejor exponente de cohabitación se puede admirar en el palacio de Christiansborg, sede de los tres poderes, que cada día acoge en sus inmensos patios empedrados las miles de bicicletas con las que se desplazan ministros, diputados, jueces y funcionarios. Es de una lógica aplastante: si quienes hacen las leyes y las hacen cumplir dan ejemplo a la ciudadanía esta responde con igual civismo. ¿Hace falta decir que estamos años luz? No, y bien que lo sentimos muchísimos zaragozanos a los que nos gustaría que la fiesta del beso, mañana en la plaza del Pilar, no fuera solo un reclamo de las fiestas sino el firme propósito de hacer de Zaragoza una ciudad cordial, amorosa, tolerante y civilizada en la que fuera fácil conjugar el respeto mutuo en las aceras y en las calzadas. Me uno a los ciclistas que reclaman soluciones a la prohibición de circular por los espacios que, hoy por hoy, son exclusivos de los peatones y exijo la misma contundencia policial con los coches que invaden las aceras a la entrada y salida de los colegios. Periodista