Toros de: Adolfo Martín.

ALBERTO ÁLVAREZ: ovación tras petición y ovación.

MANUEL ESCRIBANO: silencio y dos vueltas al ruedo tras petición no atendida y gran bronca al palco. Aviso.

DANIEL LUQUE: silencio en ambos.

Presidió: Carolina Chaves asesorada por José María Gasco y el veterinario Enrique Navarro. Fue abroncada por negar la oreja a Álvarez en el primero y a Escribano en el quinto.

ENTRADA: en torno a media plaza.

No nos engañemos. Toda la decepción acumulada durante el tostón de dos horas y media tenía que descargar de alguna manera y en algún lado. Y ayer, la presidenta Carolina Chaves se afanó con inquebrantable rectitud y disciplina en conseguir que toda la plaza se dirigiera a su cápsula blindada dedicándole todo tipo de improperios.

¿Qué necesidad tenía? Nadie lo sabe. Pero se convirtió en protagonista al negar primero una oreja a Alberto Álvarez en el toro que abrió plaza (ahí tiene defensa y justificación) y después a Manuel Escribano en el quinto de la tarde hasta hacerse acreedora de un atronador ¡fuera! ¡fuera!.

Esta tormenta desaforada y casi violenta tapó el tremendo petardo de una corrida de Adolfo Martín que solo tuvo un toro aprovechable, el quinto, Aviador nº 73.

Fue un sexteto tirando a viejuno (1º, 2º, 4º y 5º fueron cinqueños), con disparidad de formas y volúmenes, algunos solo justificables por sus encornaduras también irregulares pero en algunos casos desarrolladas hasta la extravagancia.

Por lo corriente tuvieron puntos en común: corto viaje, ignoracia al cite y a la voz, lentitud y escaso desplazamiento. Pareciera que llevaban atado a la pata un bloque de hormigón que no pudieran arrastrar.

Esa incertidumbre en las arrancadas (no confundir con embestidas) puso a prueba a Daniel Luque a la salida del tercero, un prenda que arrollaba lo que se ponía por delante pero al que el de Gerena bajó los humos con el capote hasta hacerlo hocicar para llevarlo encelado (y ya rendido) hasta el paraje de afuera.

Un puyazo trasero de Juan de Dios Quinta del que salió trompicado anunció lo que sería en el último tramo, un escombro que movía a la lástima. Mal negocio.

El único negro entre los grises no cambió el decorado. Más parado que ningún otro, apenas dejó atisbar las capacidades de un Luque renacido que dará que hablar si le dejan una rendija por la que asomar. Lo que digan el sistema y los comisionistas.

Una lucha, la de la escasez de contratos, que Alberto Álvarez lleva con total dignidad. Y un concepto del que es imposible descabalgarlo: quietud, temple, introversión e inflexible tozudez.

Una fórmula que ayer resultó de difícil aplicación con un blandengue primero que tuvo un pitón izquierdo imposible pero dejaba estar por el lado derecho. Ahí le esperó el de Ejea para cumplir una faena rematada con una media efectiva. Hubo petición, no rotunda, pero petición.

El cuarto de salida saltaba por encima de la esclavina del capote. ¡Ea! Ángel Velasco simuló la suerte de varas. Ni por esas.

El toro no tuvo cuerda aunque medio fuera y viniera sin emoción.

Sí la tuvo el quinto al que Manuel Escribano esperó de salida frente a chiqueros antes de largar de rodillas en le tercio. Subió la tensión.

Escribano se la jugó en un expuesto par por los adentros que tuvo demasiadas vísperas.

Principió faena cambiando por la espalda para después brujulear por todo el ruedo al son que marcaba el toro que, rompiendo tendencia, fue vivo y embestidor pareciendo que sorprendiera a un Escribano dormido, poco resuelto. Además tuvo muñeca de mármol escupiéndolo allá a la recta. La estocada fulminante desató la tormenta dicha.

Mientras, Adolfo Martín se deslizó incógnito por el callejón camino de casa. Ofú.