Que el día del Pilar es el 12 de octubre no se le escapa a nadie, pero a muchos zaragozanos y aragoneses se les echa el tiempo encima. Ayer aún los había que tuvieron que pasar por el taller de indumentaria aragonesa Atavíos para ultimar los detalles del traje que lucirán en la Ofrenda.

«Todavía quedan 15 trajes por entregar» (han hecho 298, incluyendo los de reinas de fiestas de los pueblos), reconocía María José Cebrián; además de ultimar los detalles del suyo y de su familia, que esos quedan para última hora. Pero aún así, seguían cogiendo encargos. «El año pasado vino una señora el último día diciendo que quería un traje para pasar la ofrenda», y por supuesto, se llevó un traje, «aunque solo hilvanado porque no nos dio tiempo, y al día siguiente del Pilar, lo trajo para que se lo cosiéramos».

En Atavíos son partidarios de renovar los trajes que se tienen. «La gente quiere cambiar, como ahora hay muchas fotos, no se quiere vestir todos los años igual». No hace falta un traje nuevo sino «cambiar el pañuelo,que es lo primero que se ve, o la falda...» Tampoco hay que gastarse una fortuna; para empezar, vale con «con una falda, un pañuelo» y una camisa blanca», explica, para después añadir que el precio «depende de las telas».

Carolina, hija de Cebrián se probaba ayer su vestido, una falda de cuadros con delantal negro. Su sobrina, Amelia, tiene dos, uno para la ofrenda y otro para después. «No son de fiesta» pero tampoco de trabajo; y es que en el origen, los trajes dependían «del tiempo y del poder adquisitivo de la familia».

Cebrián reconoce que en el caso de los niños, hay que primar la comodidad. «Sacamos la ropa antigua y las prendas de seda para el Rosario de Cristal, que vamos sin niños, porque no podemos estar diciendo, estate quieta, cuida...» dice en referencia a su nieta.

También le gusta disfrutar de los vestidos en la Ofrenda y avisar cuando ve alguien que lleva algo mal puesto. «Si veo un flequillo o a alguien con gafas de sol, sí que le digo, con respeto siempre, si no se lo puede quitar un rato», dice entre risas.

Paula Fernández recogía a media mañana su traje, una falda oscura y corpiño dorado. Se viste «desde pequeña», con su madre y su hermana, con los que les hacía su abuela, pero este año tocaba estrenar, así que se puso en manos de Cebrián a finales de agosto y hoy lucirá su nuevo traje.

Pero no era la única. Un joven quería comprar un chaleco, pero los de su talla no le gustaban; otra, un postizo «porque no he tenido tiempo antes». Lo importantes es desfilar guapa y cómoda hacia la que hoy atrae todas las miradas, la virgen.