Las enormes expectativas que había despertado la corrida de Adolfo Martín, sin ser un dechado de virtudes, no se vieron del todo frustradas.

No por el palo de la emoción que procura el toro encastado y/o con dificulades, ese no salió, sino porque tuvo el denominador común en líneas generales de humillar muchísimo, tanto como escasas las fuerzas que sustentaban esa codiciada condición. Fue una corrida más para el ¡olé! que para el ¡ay!

Los toros que se apartaron de esos parámetros entraron en el lote de Miguel Ángel Perera. Poco fondo tuvo también el sexto, tan feote que dolía a la vista.

La baja forzosa de Saúl Jiménez Fortes fue cubierta con dignidad por Paúl Abadía Serranito.

El aragonés firmó con la zurda una de las mejores series de lo que va de feria. Ese episodio fugaz fue consecuencia del pulso que le tomó a Tomatillo, un adolfo al que había que presentarle la muleta en la altura y la distancia justa: muy arriba, el toro protestaba, si le bajaba la mano el toro salía rodado del embroque.

No desentonó Serranito a pesar de su escaso rodaje. Es más, con el capote se había ceñido mucho a la verónica rematando muy arrebujado.

Al que cerró plaza, sin embargo, a pesar de que Antonio García lo picó de modo extraordinario contribuyendo a que, al menos, su mala casta no fuese a más, nada relevante pudo hacerle.

Los vanos esfuerzos por ambos pitones culminaron con media estocada que valió.

Pitos para Perera

Poco indulgente se mostró el público con Miguel Ángel Perera. Su primero, a pesar de que apenas le dieron en varas, se quedó paradísimo. Cierto también que Perera, rebasando con creces su tendencia a achicar espacios, lo ahogó tanto que el toro se rindió ya de primeras.

Más a la par estuvo su segundo trasteo. Si el toro decía poco, el torero, contagiado de esa enorme sosería se hizo par. El público tiró de pulmones tras el pinchazo en el sótano. Pitada cumplidita.

En ese mar revuelto de expectativas adormecidas conforme avanzaba el festejo navegó cómodo Antonio Ferrera, fiel a su repertorio.

Sus formas extremas, tan abigarradas como poco naturales, sus retorcimientos continuos, esa parsimonia tan lentificadora calaron en el tendido por lo inusual. No hay duda, la peña agradece cuando un torero se atreve, para bien o para mal, a saltar la cancela de la rutina.

Al cinqueño pasado que abrió plaza --muy recortadito de formas, tan breve de carnes como abundante en cuerna y con escasas fuerza-- hubo de cuidarlo en vez de cuidarse de él.

Con la muleta hizo pruebas por ambos lados hurtándole una serie estimable por el lado zocato. Se despojó del estoque simulado para andarle a la par de su paso, al ralentí. La estocada entera afirmó el trofeo.

Enorme la bronca al presidente por no dar el mismo premio en su segundo, también cinqueño, al que picó primorosamente José María González.

En la muleta se reeditó su labor. Un ídem por el lado izquierdo con su buen aire que dio paso de nuevo al muleteo sin ayuda. La estocada al encuentro fue suficiente aunque no para el palco, que consideró la intermitencia y apreció falta de mayoría.

Eso, a pesar de que las almohadillas blancas son extragrandes. ¿Para cuando las sábanas?.