Los madrugones no echaron a nadie atrás y los oferentes comenzaron a llenar las calles en torno a las 6.30 horas de la mañana (el primer grupo tenía su salida a las 7.00) para llegar a los puntos de salida. A estas horas comenzaba la típica imagen de cada 12 de octubre. Los baturros, engalanados con sus trajes recién planchados, se cruzaban con aquellos que volvían a casa tras una noche de juerga. “¡Vivan las baturras!”, decían entre bostezos y algún que otro traspiés.

Las paradas de transporte urbano ya estaban tomadas por los oferentes, que se juntaban con los peñistas, también madrugadores que iban camino a las vaquillas. Muchas baturras se hacían cumplidos unas a otras. «¡Qué falda tan bonita!» o «Me gustan tus pendientes» eran frases que sonaban a bordo de los autobuses, que se llenaban también de ramos de flores poco a poco. Las calles que rodean el paseo Independencia comenzaban a ser un hervidero de personas que buscaban su punto de salida. Grupos de amigos y sobre todo, muchas familias esperaban pacientes a comenzar su desfile.

La Ofrenda de flores a la Virgen del Pilar se ha convertido en un encuentro de varias generaciones y otros lazos familiares y sociales a la vez. Abuelos, hijos y nietos. Amigos, primos, cuñados o vecinos. Miles de aragoneses tienen su grupo determinado para la Ofrenda y siempre salen con ellos para seguir una tradición que es heredada por los nuevos miembros de la familia pilarista.

Miles de niños, muchos recién nacidos, forman parte de estos grupos. Los bebés no entienden de horarios ni eventos como una ofrenda de flores, por lo que la espontaneidad y naturalidad de los pequeños estuvo presente durante todo el día. Muchos padres fueron dando el biberón a los pequeños mientras desfilaban por el paseo Independencia, otros echaban una siesta mañanera en el carro entre parón y parón. Los más despiertos se animaban a mover el cuerpo al son de las jotas que sonaban por el centro a través de los altavoces. Incluso la parada del tranvía se convirtió en un cambiador de emergencia en pleno recorrido de la Ofrenda.

No faltaron las fotos ni los selfies. Uno de los más buscados, el de la calle Alfonso con el Pilar de fondo. Pero la foto estrella estaba al llegar a la plaza. La gigantesca estructura ya comenzaba a tener colorido floral y todos querían inmortalizar el momento. A pesar de los esfuerzos de los trabajadores del evento que pedían a los oferentes: «Por favor, no paren ahora», prácticamente nadie se marchó sin esta imagen.

Una vez entregado el ramo llegaba la parte final del acto, pero no menos importante. El almuerzo. Los participantes sacaron su picoteo y los bancos de la fuente de la Hispanidad y las murallas romanas se llenaron de fiambreras con tortilla de patata, embutidos e incluso patas de jamón serrano. Todo esto acompañado por botas de vino y muchos globos infantiles, que se habían escapado de las manos de sus dueños y sobrevolaban a sus anchas por la plaza del Pilar, actuando como testigos de altura.