Hacerse aragonés estos días no es nada caro. Por uno o dos euros, máximo tres, cualquiera puede comprarse un cachirulo, ponérselo y echar a andar por ahí hecho ya todo un zaragozano de una forma barata y sencilla. Es lo que hacen no pocos turistas extranjeros que caen casualmente por Zaragoza durante el Pilar. En cuanto bajan del autobús y ven el ambiente de fiesta, les preguntan a las guías, picados por la curiosidad, qué es eso que la gente lleva al cuello.

Y cuando les explican que es una prenda típica del traje tradicional de Aragón, la más popular, corren a comprar una al primer vendedor senegalés que se cruza en su camino o a la famosa tienda El Maño, en la esquina entre La Seo y la calle Don Jaime. Es su manera de integrarse en el lugar al que acaban de llegar y en el que estarán tan poco tiempo, apenas unas horas, que se irán con la cabeza embarullada por esa mezcla de ambiente festivo, grandiosos escenarios para espectáculos y puestos de venta callejeros que no esperaban encontrar.

Estos turistas paracaidistas, que por lo general hacen la ruta entre Madrid y Barcelona, suelen ignorarlo todo de Aragón y su capital. Las agencias de viajes tampoco desvelan muchos datos de la parada a orillas del Ebro, pues juegan con el factor sorpresa. Zaragoza se les presenta como un hidden treasure, un tesoro oculto, según indica Atakán Acar, un guía turístico turco que avanza por la plaza del Pilar con un grupo de canadienses, norteamericanos y australianos, muchos de ellos con rasgos asiáticos.

Algunos todavía visten bermudas, calzan sandalias y rematan su delatadora indumentaria con gorras de visera. Todos van cámara en ristre, pero eso ya no es un rasgo típico del guiri, sino de todo quisqui.

Lo habitual es que sigan bovinamente a los informadores turísticos y no se aventuren solos más allá de la plaza de España. Saben tan poco del sitio en que se encuentran que los guías les hacen un rápido relato en el que aparecen siempre las ruinas romanas, la figura de Goya y las bombas de la basílica. Es fácil que todo eso les suene a chino. Por no conocer, no conocen ni la historia de la Virgen del Pilar.

Los desinformados

Claro que estos visitantes son solo una parte del turismo, mínima si se compara con la que representan los españoles de otras partes del país que, estos sí, vienen a Zaragoza ex profeso para el Pilar, pernoctan aquí y se saben mover por sus calles. Para ellos, y para un número creciente de franceses que saben de qué va, este es un buen sitio para ir de tapas, comer migas y ternasco, callejear por el Tubo, asistir a la Ofrenda y hacer amigos.

Pero entre los extranjeros (los franceses, más que forasteros, se pueden considerar vecinos) solo una minoría informada sabe sacar partido de la ciudad. La realidad, como comprueban en las oficinas de información locales, es que dentro del gremio de turistas existe un núcleo duro y ufanamente ignorante que no ve Zaragoza ni Aragón o que les parece un sitio desdibujado y poco exciting porque no está en Andalucía ni tiene playa.

Tampoco hay que tenérselo muy en cuenta. Al fin y al cabo, ellos han venido a España obsesionados con comer paella, beber sangría e ir a los toros cada día. Y piensan que esa trilogía es la que se van encontrar allá donde se detengan, vayan en AVE, coche o autobús.

A este grupo de humanos trashumantes pertenecen muchos estadounidenses y británicos, como saben muy bien en el Torreón de La Zuda. «No saben ni poner Zaragoza en el mapa», dice una de sus informadoras. Para ellas son un territorio sin colonizar, unos malos estudiantes, un reto.

En cuatro patadas

Y, sin embargo, ahí mismo, en la quinta planta del torreón, en el Mirador de las Cuatro Culturas, una serie de paneles y fotografías ofrece un resumen de la esencia de Zaragoza en cuatro patadas, desde la historia y la geografía a los monumentos, las fiestas y la gastronomía, pasando por la vida nocturna y el comercio. Bastan 20 o 25 minutos, no más de media hora, para, leyendo los sucintos textos y viendo las imágenes, hacerse una idea bastante exacta de lo que importa saber de la ciudad. Pero, claro, el observatorio no tiene ascensor...

Entonces, ante esta situación, las oficinas de turismo y los hoteles asumen gustosamente el papel de enseñar al que no sabe. «Les recomendamos lo principal», dice Mariví, una recepcionista del hotel Río Arga, en la calle Contamina. O sea, sitios como La Aljafería, el Museo de Goya, la zona de la Expo... A ver si se enteran.

En el fondo, puede que no haya que torturarse con la promoción turística ni empeñarse en ser conocidos a toda costa. Tampoco es cuestión de exigir un grado en cultura aragonesa a quien solo ha parado aquí para tomar algo y estirar las piernas. Quizá baste con que algunos turistas, entre tantos como pasan por Zaragoza, recuerden al llegar a su casa que entre Madrid y Barcelona, además de las áreas de servicio y las extensiones vacías que se ven desde la autovía, hay una ciudad con un puñado de iglesias y palacios en la que se come bien, la gente es amable y, para las fiestas, lleva al cuello un simpático pañuelo llamado cachirulo, a la venta por solo dos euros.