La empresa de la plaza de toros perdió ayer la oportunidad de crear una auténtica corrida aragonesa... goyesca. Si no en reglamentación, suertes y espeficidades, sí al menos en su caracterización. Hermoseando el coso a la altura de un evento digno y lustroso, reforzando el carácter local y no justificando exclusivamente la alusión a Goya con los restos de baúl de Cornejo & Peris, alquiler de vestuario para rodajes cinematográficos.

La pintura apenas discernible del ruedo fue un esfuerzo vano además de un elemento más de confusión en una tarde en la que uno ya no sabe a qué carta quedarse. El público, falto totalmente de rigor y exigencia, persuadido de que la rentabilidad del billete de toros va en proporción con el número de trofeos o de gintónics, se rompió las manos de aplaudir detalles menores y, como siempre, pasó de puntillas ante un lote de toros de mil leches que contribuyeron al sindiós de una tarde a punto de descarrilar. El toro anunciado de Alcurrucén ni siquiera se bajó del camión al comprobarse lo abrochado de su cuerna.

El de Puerto de San Lorenzo fue cesión negociadora de la autoridad a favor de obra. Mientras, entraba un mercancías de Parladé (finalmente devuelto por cojo) con 642 kilos, otro zambombo de Puerto de San Lorenzo (Cuba 148, de 616 kilos) junto al de Núñez del Cuvillo, habitando un cuerpillo de infante... Y así todo. Mirando atrás, la historia no tan lejana habla de Gregorio Sánchez matando la de Miura en Madrid en una hora y cuarenta y cinco minutos ¡con una sola muleta! Pues ayer, todo lo contrario. Pudiendo elegir Nadie se explica pues los criterios de selección del ganado para un día de los más esperados de la feria en el que El Juli festejaba sus veinte años de alternativa.

Era de esperar que saltara un Cuvillo recortadito, de breve culata (los toros empujan con los riñones, no con la cabeza) y cerrado de cuerna. Sí. Con escasas energías, sí. Al que se le practicó un simulacro de suerte de varas, sí. Que escarbara antes del tercio de banderillas, sí. Pero con esa cierta movilidad entre defensiva y chochona que tragó muleta a media altura, sin meterse con él y tal. Ahí El Juli ligó por la derecha de modo estimable y como enterró el pincho cayó la oreja. Vaya, la cosa parece que comenzaba bien. Corrió turno y saltó el de Los Maños, apretado de carnes y breves pitones, vivaracho de principio pero venido a menos.

En tercer lugar, el sobrero de El Pilar, de hechuras prototípicas, era serio y contradictorio de inicio: igual descolgaba la cara como se frenaba de golpe ante el capote. Se movió mucho aunque sin clase, tirando más a defensivo. Pero sirvió. Julián se eternizó hasta que le arrancó una oreja. El mulo cuarto, de Puerto de San Lorenzo, fue talmente un buey al que el torero pasó de muleta siempre en línea y aguantando tornillazos. Un regalo. Cuando salió el Garcigrande quinto, menos cargado de kilos, pero igual de flojeras (Barroso apenas le hizo sangre) se echó de rodillas redoblando una apuesta que tampoco dio sus frutos. El sexto anduvo derrumbándose, frustrando cualquier posibilidad de lucimiento. Y así concluyó una tarde mal concebida, peor parida y eternamente pesada.