La faena de Alejandro Talavante al toro Ballenito de Juan Pedro Domecq en la plaza de toros de Zaragoza, deja pequeño todo lo que ocurrió en los arrabales de tan magna obra.

El toro, que acudió al caballo en dos ocasiones arrancándose de verdad, derribó en una ocasión. Si le tapan el hierro o lo pintan de gris, la ovación se oye en Logroño, pero los falsos prejuicios que ocasionan estas limitaciones emocionales retratan sin lugar a dudas a cada cual. Así está esto.

Además se movió con alegría y ritmo sostenido, acudiendo a los toques, descargando las baterías en cada embestida. Talavante lo vió en seguida.

Se fue sobre la válvula de riego. Dobló la muleta por el palillo y, como un poste, citó a Ballenito a 25 metros. Allí, incólume, adelantó la mano para largar tela dos metros antes de que el toro echara la cara abajo. El cartucho de pescao que hiciera célebre Pepe Luis Vázquez.

Tan ceñido fue el envite, tan hundidos los pies en la arena y el celo por no ceder ni un centímetro de su posición, que estuvo a punto de ser arrollado.

La faena empezaba muy por alto en emociones y con un Talavante reconcentrado, dentro de su micromundo místico y abandonado. Y surgió la ansiada mano tonta. Ese lánguido desmayo haciendo rosca, rebozándose el toro por la cintura con el cuerpo vencido hacia adelante y el alma casi en trascendente levitación. Aquello no fue un teatrillo por la cara de escolta al toro, no. Ahí hubo mano baja y sometimiento cabal. El toro lo soportaba y no solo eso, parece hasta que iba cada vez a más. ¡Un gran ejemplar, rediós!

Con todos los defectos de la estocada, que los tuvo, y a pesar de los dos descabellos, la plaza, hecha un manicomio, le entregó dos orejas.

Nada que ver con el burraco y cornalón sexto, soso, sin clase y protestón.

Sorprendente la benévola oreja concedida a Ponce en su segundo por una labor tan extralarga como llena de afectación, a un toro de medias embestidas al que nunca le quitó la razón. El de Chiva, muy despegado y componiendo la figura cuando el muletazo estaba casi vencido, se hartó de muñequear de abajo a arriba. Pero hasta eso le sirve.

A su primero, sobrero muy protestado, lo sostuvo como con los hilos de una marioneta.

En medio de ese entorno, Urdiales capeó con muy buen aire a su primero para darle franela por el único pitón potable, el zurdo. Y de uno en uno, que no daba para más. La estocada (aunque con derrame) puso una oreja en su mano. Y en el otro, para variar, a reñir. Parece su sino.