La ovación de que fue objeto el torero francés Juan Bautista una vez roto el paseíllo resultó elegante y contenida.

Con el público puesto en pie, el aspecto de los tendidos semivacíos otorgaba la legitimidad que los cabales (ya vendrá el aluvión de los menos o nada doctos) confieren a un reconocimiento tal.

En ese clima favorable, Juan Bautista, un torero nada dado a exteriorizar sus emociones, se mostró efectivo y suficiente durante toda la tarde. En su primer turno ante un cinqueño vacío de todo, un pan sin sal que no se entregó nunca, con la cara por las nubes siempre y con un pitón izquierdo imposible.

Ante el único toro castaño del encierro (infrecuente dato) todavía consiguió entresacar algún zurdazo en medio de un desempeño soporífero.

En muchos tentaderos habrá sudado más que ante el fatídico Desdentado, número 20, nacido en enero de 2014 y de 556 kg., el toro de su despedida.

Comparado con la batalla que presentó el sobrero de Adelaida Rodríguez, el de Montalvo parecía un animal de compañía, casi doméstico.

Un barrabás

José Garrido dio la gran dimensión que muchos le venían cantando. Es capaz de llegar a la línea y pasarla sobradamente como ayer, venturosamente, confirmó.

Porque el sobrero que hizo segundo, un mansazo geniudo con más conchas que un galápago y pinta de haber dormido en varios corrales patrios, presentó pelea por lo penal.

Agazapado siempre detrás de la mata con ese instinto cazador que anuncia que si te alcanza no te suelta, Garrido le llegó, invadió su terreno y condujo con emoción unos embates tan desordenados como violentos.

La clave estuvo en consentir, dejar la muleta en la cara llevándolo muy tapado sin perderle pasos a riesgo de que lo arrollara. Perdió trofeo por el acero chungo.

Obtuvo recompensa en el quinto, otro cabronazo de ¡seis años! y 613 kg. de mala condición, este más flojeras, ante el que acabó metido entre los pitones. A ese sí que lo cazó. Premio.

Y entre tanta hiel o indiferencia saltó el toro prototípico de Montalvo, bajo, redondito y acapachado de cuerna. Así por fuera. De dentro emergieron, derrochándolas, embestidas templadas y suaves, dulces como el almíbar.

Lorenzo avisó con el capote. Casi lo liga. Y como llegó justito de fuerzas (no se le picó) a la muleta, allí el toledano se emborrachó de toreo por lo fundamental. Desde lejos, dejándolo llegar a su aire, sin quebrantarlo, aprovechando el gran nivel de humillación del toro, lo meció con suavidad y elegancia, con un ritmo reverencial y desmayado...

En esas se vio que lo exprimió al límite, gozándolo en cada pase, sin darse coba con florituras innecesarias de relleno. Y le metió la mano de modo efectivo aunque la espada viajara tendida y fuera explusada poco a poco.

Pero el toro estaba muerto y las dos orejas en manos del toledano.

Otra historia fue en el sexto, ante el que no se definió nunca. Su trasteo resultó confuso y desordenado transmitiendo una incapacidad manifiesta para abordar la lidia de un manso que acabó aculado en tablas.

No resolvió. La pregunta queda en el aire: ¿devolvió una de las dos orejas del tercero?