Luz, colorido y devoción. Son los ingredientes que cada año desde hace más de un siglo lleva el Rosario de cristal a las calles zaragozanas, en la procesión que tiene lugar en la tarde-noche del 13 de octubre. Las luces de las velas y los colores brillantes de los faroles contrastaban con las vestimentas sobrias de quienes esperaban el comienzo de la procesión. La mayoría de ellos vestidos de negro, los hombres con capas, sombreros o pañuelos; las mujeres, con vestidos que les llegaban hasta los pies, escarapelas, abanicos y pañuelos que les cubrían el pelo. Y junto a ellos, algún que otro niño pequeño que dormitaba en un cochecito o correteaba por los alrededores de la iglesia, a la espera del comienzo de la procesión.

Cabe imaginar lo que fue el Rosario de cristal en sus orígenes, cuando se fundó la Cofradía del Santísimo Rosario de Nuestra Señora del Pilar con el objetivo de dotar a los fieles de la procesión de una colección de faroles que sustituyeron a las tradicionales hachas, velas y estandartes que se habían empleado hasta ese momento. El 12 de octubre de 1889, miles de participantes mostraron por primera vez a través de faroles, estandartes y carrozas el gran sentimiento religioso que vivían en torno al Rosario de cristal. Por primera vez, la colección de faroles salió a la calle en procesión y causó la impresión tanto de zaragozanos como de visitantes. Desde esa primera procesión, el acto ha atravesado continuos cambios con la incorporación de nuevas carrozas y faroles, la restauración de piezas originales, el empleo de megafonía a lo largo del recorrido o la sustitución de las velas de los faroles por iluminación eléctrica. Hoy en día, el Rosario de cristal se ha convertido en uno de los más solemnes y relevantes de las Fiestas del Pilar, que cada año congrega a miles de turistas y zaragozanos.

un acto de devoción/ En las inmediaciones de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, una multitud en actitud sobria permanecía expectante al comienzo de la procesión. Mientras algún vecino observaba el panorama desde el balcón, el ajetreo en la calle era máximo: Quien no estaba terminando de colocarse un pañuelo o una faja, se estaba encargando de que las velas estuvieran iluminadas, se hacía fotos con las que inmortalizar el momento previo a la procesión o comentaba con sus amigos y conocidos este último día de fiesta.

El murmullo se detuvo a las 18.30 de la tarde, cuando desde megafonía anunciaron a los primeros grupos en participar en la procesión. La seriedad que se había visto durante la espera se multiplicó y a un paso lento pero sin pausa comenzaron a salir los grupos, desde la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús por las calles del Casco Histórico zaragozano, pasando por la plaza del Pilar. Encabezados por los estandartes de los diferentes pueblos, los procesionarios marchaban alumbrando con velas o faroles o portaban una de las carrozas de este Rosario.

Mientras, desde un altavoz, la música avisaba de qué oración correspondía a cada momento, y una mujer entonaba el Ave María con los ojos humedecidos desde la primera fila. «¡Qué bonito es esto!», comentaban un hombre y una mujer una filas más atrás. Tras esto, de nuevo una voz marcaba el comienzo de la oración: «Dios te salve María, llena eres de gracia», se escuchaba desde megafonía. Y entre los participantes en la procesión, emergía la réplica como una sola voz entonada por cientos de personas: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores» se oía de manera uniforme, aunque casi en un murmullo entre los participantes del acto.

Durante tres horas, los devotos recorrieron las distintas partes de la oración del rosario mediante el rezo: los Misterios, los Padrenuestros, las Avemarías, los Glorias y la Letanía se escucharon en el acto más solemne de las fiestas. Una solemnidad que contrastaba con lo que se vivía a pocos metros en el centro, donde las músicas y los espectáculos se mezclaban con quienes se despedían de las fiestas.