En comparación con la Ofrenda de flores y la de frutos, el Rosario de cristal es un acto mucho más recogido y solemne. Los coloridos trajes que muchos vestían el día del Pilar para llevarle sus ramos a la virgen ayer se tornaban oscuros y elegantes. A las 18.30, cuando todavía había luz, la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús abría sus puertas para dejar salir los primeros faroles y misterios, y por la megafonía comenzaban a llamar a los grupos. Los que allí se congregaban esperando, lucían sus galas con orgullo y con visible emoción. Los retoques de última hora en las vestimentas, lujosas y con muchos detalles, reunían a pequeños grupos de mujeres que, alfileres en mano, apañaban los trajes de sus amigas y amigos.

Las mantillas y los sombreros, de copa y de otras múltiples formas, agobiaban por el calor a primera hora de la tarde. Descansando sentada se hallaba, precisamente, Conchita Estarán, que trataba de aliviar el calor abanicándose con la mano. Ella y su hijo, Juan Moneo, salen juntos todos los años con el grupo de La Almunia de Doña Godina, su pueblo del que se mostraron «ayer y siempre» muy orgullosos. «El Rosario es un acto de mucha devoción y menos festivo. Es más sentimental e íntimo», decía ella mientras se retiraba la mantilla. «Aquí la gente va vestida mucho más lujosa, para lucirse. La gente mayor suele preferir venir a ver el Rosario que la Ofrenda porque no hay tanta gente y se puede ver sin agobios. Además es muy tradicional, aunque cada vez viene a más gente», añadía Moneo.

Juntos, conformaban un grupo de unas 40 personas. «Siempre solemos venir los mismos, sí», afirmaban ambos.

Entre el público, predominantemente mayor, había ganas de contemplar los faroles y a los que desfilaban. Muchos saludaban a sus conocidos al pasar, aunque otros permanecían en silencio y recogidos, rezando. El Ave María y el Padre Nuestro sonaban por la megafonía, neutralizando la música que llegaba desde el paseo Independencia. Cerca de su salida, no era muy complicado encontrar fila para ver la procesión, pero conforme se avanzaba se antojaba muy complicado ver algo si no llevabas algún rato esperando. «Yo suelo venir siempre que puedo y si viene gente de fuera siempre les traigo. Otros años me pongo más cerca de plaza España, pero bueno, este año estoy aquí. A mí me gusta mucho, y durante el año a las visitas también les traigo a ver la exposición de faroles que hay en la iglesia», comentaba María Jesús, que se había colocado justo en la puerta desde la que salían los faroles y los devotos.

En la calle San Andrés, justo donde se congregaban los grupos antes de unirse a la profesión, llamaba la atención una pequeña tienda, Hilo y sedal, que permanecía abierta a pesar de la festividad. Gloria, su dueña, esperaba dentro en una silla leyendo la prensa. «He abierto más que nada por el detalle. En el rato que llevo he regalado un montón de alfileres que me piden para sujetarse los trajes. Ahora cuando pasa el Pilar hay trabajo porque la gente comienza a preparase para el siguiente año», contaba.

En la misma calle, dos mujeres de Villamayor lucían dos espectaculares vestidos. «Son los dos nuevos, son réplicas de vestidos antiguos pero están hechos ahora. La mantilla sí que es de tela antigua», decía una de ellas.

Cuando la luz del sol dejó de iluminar Zaragoza, el ambiente se tornó mucho más espectacular si cabe. Las más de 1.500 velas que se vendieron, según los propios responsables, y los espectaculares faroles que recorrían el centro de la ciudad conformaban una imagen espectacular que a más de uno hizo soltar algunas lágrimas. «A mí el que más me gusta es el farol del Pilar, es espectacular. Cuando pasa delante de la virgen con el manto lleno de flores siempre me emociono, y eso que vengo todos los años», explicaba una mujer que bajaba por la calle Alfonso.

Acabó así uno de los actos más vistosos de las fiestas del Pilar, y sin duda, uno de los que más devotos congregan a la luz de los faroles y en un silencio solo interrumpido por los rezos.