Un hombre está sentado en uno de los bancos de la plaza Paraíso. A su lado reposa un bombo. Si no fuera por su tamaño nadie repararía en él. Está derrotado, mira al infinito, quizá cansado de tanta fiesta.

La gente pasa a su lado pero no se detiene, todos tienen un destino definido, el centro de la ciudad al que entran por el paseo Independencia. Un Michael Jackson (de pega, se entiende) les recibe con dos bailarines que replican sus pasos imposibles y su rápido movimiento de pies. Lo hace en el paseo más grande de Zaragoza en el que hasta al tranvía le cuesta pasar. Los mariachis mexicanos cuelgan la bandera de su país mientras se escuchan los primeros acordes de Allá en el rancho grande. La música se da la mano con algunos productos artesanos y hasta con un Pikachu que trata de reclamar la atención de los más pqueños para que acaben comprando un globo. Faltan apenas 24 horas para que las Fiestas del Pilar del 2017 lleguen a su fin y la gente ha decidido tomarse en serio eso de aprovecharlas hasta el final.

Cuando uno entra en la calle Alfonso (por cierto, más despoblada de actuaciones callejeras que otros años) no se imagina que va a tardar 25 minutos (de reloj) hasta desembocar a los pies de la Virgen. Por en medio, si se consigue asomar la cabeza entre las cabezas de la gente mientras se intenta no tropezar con nada ni nadie, puedes contemplar un Alien o un Hulk muy especial... pero la realidad es que hasta ellos pasan desapercibidos entre el tumulto de la gente.

A lo lejos arranca su periplo la Narria Cervecera de La Zaragozana y, al menos, le pone banda sonora a la tarde de la gente. Unos jóvenes preparan sus instrumentos de música clásica junto a una farola mientras contemplan el panorama entre asustados y divertidos. Todavía tardarán media hora más en empezar a hacer sonar sus instrumentos.

La Virgen del Pilar y sus ocho toneladas de flores como manto es la gran estrella de las fiestas. Y mucho más en un día como hoy en el que todavía luce con fuerza. Es complicado acercarse hasta sus pies para hacerse una foto y quizá por eso la gente opta por la otra posibilidad, hacérsela desde lejos creando una escala de retratos (como si fuera una pirámide vista desde el aire) buscando el hueco libre para que nadie le estropee la instantánea. Evidentemente es casi imposible.

De fondo se oyen los ensayos del penúltimo concierto que el escenario de la plaza del Pilar acogerá por la noche mientras de lejos se oye el grito de un niño: «¡Mira mamá, el globo». Como era de esperar el globo ha tomado vida propia fuera del dedo del niño y campa en libertad en busca de otras capas de la atmósfera.

En la calle Don Jaime, si no fuera por la gente y porque el autobús urbano no puede caminar a más de 20 kilómetros por hora por si acaso, uno casi ni sabría que estaba en fiestas a no ser por la inusitada actividad del tiovio de la plaza Sinués. En la plaza España comienza su espectáculo de batucada mientras un niño de apenas dos años se mueve al ritmo que le marca la percusión. O al menos lo intenta, que no es poco. En el paseo es fácil localizar donde hay algún tipo de actividad porque los corrillos son muy llamativos y cada vez se hacen más grandes.

En el escenario de las casas regionales, de nuevo en la plaza Aragón, un grupo de Castilla y León se defiende de los que tratan de unificar el folclore en las jotas asegurando que son muchos los sonidos que se engloban en el género. Y como muestra, dicen, «este canto de Soria». Alrededor de 100 personas no se pierden detalle de la actuación mientras ya picotean alguno de los productos gastronómicos.

En la plaza Paraíso el banco ya está vacío. A escasos diez metros, el señor ha cogido su bombo y junto a una formación está haciéndolo sonar con fuerza entre la expectación de la gente. Todavía quedan 24 horas de fiestas y hay que aprovecharlas parece que ha decidido el músico. Zaragoza vive las Fiestas del Pilar en la calle.