Otra corrida que se va sin torear. Los primeros espadas del escalafón pueden dormir a pierna suelta porque César Jiménez, Leandro Marcos y Matías Tejela --los tres jóvenes valores, que intervinieron ayer-- no están dispuestos a poner el despertador. A Tejela se le podría conceder, en la sentencia ya dictada, algún atenuante porque se llevó el peor lote.

César Jiménez causó una gran sensación de novillero y de matador de toros en su primera temporada, pero ahora sigue haciendo lo mismo. Se muestra demasiado amanerado, incluso cuando torea con el capote las faenas carecen de sentido, hilazón y argumento. No progresa adecuadamente.

En su primero, que tenía una pronta y rápida embestida, citó a larga distancia, para que el animal no le apretara y después, entre serie y serie dejaba pasar una eternidad, para coger aire e imaginarse algo que hacer, pero es que no se le ocurrió nada. No tuvo ni un detalle. Luego se puso de rodillas y ni aún así.

La plaza siguió gélida, como aquellas tardes del pilar de hace algunos años cuando íbamos a los toros con el abrigo, la bufanda y la plaza no tenía capota.

Con su segundo, las cosas no mejoraron. Aunque se le concedió una oreja, la realidad es que casi nos sirvió el mismo plato, el pase cambiado (también a larga distancia) y varios muletazos sin mover los pies.

Y luego, otra vez, a ponerse de rodillas, como si estuviéramos en la semana de pasión. Para colmo de males, en los pocos muletazos que dio de pie, unos resultaron con enganchones y los otros los remató por alto. O sea el destoreo, señores.

Leandro Marcos hizo pasar unos momentos de auténtica angustia. Vaya volteretón se llevó. Citando por el pitón derecho el animal se lo echó a los lomos y allí le agarró con los dos pitones y se lo pasó de uno a otro. Cuando parecía que Leandro iba a caer a la arena volvió a cogerlo y otra vez Marcos zarandeado de pitón a pitón y así otra vez más, hasta la tercera.

Y llegó el milagro, los médicos prácticamente no tuvieron que intervenir, solamente examinar y curar una herida en la cara.

Después Leandro se enrrabietó y cuajó por la derecha la mejor de las series. Pero allí se acabó todo. A matar como pudo porque la voltereta fue de órdago.

Con su segundo las cosas no mejoraron y el espada se mostró desconfiado y se colocó a larga distancia. Así era imposible.

Matías Tejela se las vio y se las deseó con su primero, que sacó sentido (en el mes de diciembre hubiera cumplido los cinco años) y tan sólo pudo entenderse con él en algunos instantes de la lidia, pero podía haber seguido por ese camino,más tiempo.

Con su segundo, las cosas parecieron que iban a mejorar, pero Tejela no se confió en los primeros compases de la faena y cuando quiso darse cuenta, el toro se apagó, casi casi como el espíritu del torero. O mejor dicho de los tres espadas que ayer pisaron La Misericordia.