Un circo, mientras duran las funciones, es como una pequeña ciudad provisional dentro de la propia ciudad en la que recalan. No tanto por la carpa como por las grandes caravanas y las más pequeñas roulottes en las que viven los artistas y los trabajadores, dos categorías laborales que, en el caso del Circo Italiano, montado en el ferial de Valdespartera, se confunden, como si allí rigiera una especie de comunismo de los oficios.

«Para montar nuestras viviendas preferimos recintos amplios, pero nos amoldamos al espacio que se nos facilita», explica Sonia Miranda, directora artística del Circo Italiano. En Zaragoza disponen de mucho sitio y sus viviendas, muchas montadas sobre plataformas de tráilers, se alinean formando calles espaciosas.

En un circo también se notan las desigualdades sociales, y mientras unas viviendas tienen todo tipo de comodidades, otras, generalmente roulottes con unos cuantos años encima, las condiciones de vida parecen más modestas, aunque dignas. La diferencia es que, mientras en una ciudad-ciudad los moradores de los pisos tienen trabajos normales, por así decirlo, en el circo todos saben de todo y, a menudo, su especialidad o rutina, como se dice ahora, es jugar con el peligro, con el «más difícil todavía».

El mantenimiento de los 62 camiones que transportan la instalación, de los que 47 se utilizan como viviendas móviles, es la segunda ocupación de la mayoría de las 83 personas que viven del circo. Eso explica el trasiego de neumáticos, el ruido de motores, el continuo ir y venir de vehículos. «Saber de mecánica es muy importante para nosotros porque vivimos en la carretera y todo debe funcionar correctamente», indica Sonia, que tiene 46 años, es de Baracaldo y llegó al circo a través del matrimonio, cuando conoció a uno de los hermanos Rossi, la familia que, durante seis generaciones, ha estado al frente del Circo Italiano.

«En nuestras casas tenemos de todo lo necesario», asegura Fatima Rossi, presentadora ya jubilada y casada con un antiguo acróbata con el que ha tenido cuatro hijas que trabajan en el circo.

DE AQUÍ Y DE ALLÁ

«Nos acostumbramos a estar en cualquier sitio», explica Fatima, que ha viajado y sigue viajando por toda España y gran parte de Europa en pos de su prole. Y Marco Rossi, el payaso Capitano, piensa más o menos igual. «Te acostumbras a todas las circunstancias», dice mientras monta una estructura para un número circense.

Ese anclaje en lo cotidiano es comprensible en alguien que todos los días se expone a un accidente de trabajo y que puede pagar caro un error, incluso en un ensayo, una jornada cualquiera.

Pero ¿llegan a sentirse de algún sitio? Sí. Los Rossi llevan en la sangre lo de ser italianos. Conservan el idioma de sus antepasados y las hijas, de entre 16 y 20 años y escolarizadas en España, dicen sentirse más de allá que de aquí. ¿O son un poco de todas las partes por las que pasan?

Es difícil saberlo. Por ejemplo, Mari Carmen, la cocinera del circo, es aragonesa y no le da mayor importancia cuando la entrevista la televisión. «Aquí hay gente de ocho nacionalidades, estamos muchos y cada uno es de un sitio», responde, encogiéndose de hombros, al tiempo que prepara la comida en una caravana que sirve de comedor colectivo.

Desde la ventana de su lugar de trabajo se divisa el paisaje anodino de las afueras, quizá el mismo que rodea a todos los circos del mundo: grandes descampados, urbanizaciones a medio construir, rondas de circunvalación por las que pasa zumbando el tráfico. Con el añadido local del cierzo, en el caso de Zaragoza.

"VER MUNDO"

«También tenemos casas fuera del circo, pero no nos queda tiempo para vivir en ellas», lamenta Sonia, a la que llena de orgullo, «un sueño cumplido» lo llama, haber estado recientemente actuando en su tierra, en el parque Etxebarria de Bilbao. A ella lo que más le satisface de su vida profesional es ver al público haciendo cola ante su oficina, al término de cada función, para felicitarla.

En cambio, a Fátima y a su hija Laura, que es contorsionista, lo que más les gusta es «ver mundo», «il mondo». Y no cuesta trabajo imaginarlas felices cuando, cada siete o 14 días, según el programa de actuaciones, una vez desmontada la carpa, se suben al coche familiar y se incorporan al convoy del Circo Italiano, tras el tráiler con su vivienda portártil, camino de otra ciudad.