Zaragoza ya no existe. La aniquiló el sistema. Engulló a los pocos aficionados que quedaban y luego pasó el desinfectante a conciencia. Solo interesa la masa desinformada, el mogollón, convertir el vetusto y orgulloso coso en gintonicland.

Después de más de 250 años de su construcción las últimas aportaciones son poner porteros con pistolas lectoras de códigos de barras que generan unas filas enormes con demoras en los accesos para luego... desistir y acabar cortando la esquina del ticket a mano como toda la vida; pintar las rayas de colorado; tomar el garito por una legión de guardas de seguridad con cara de pocos amigos mientras amables y gentiles acomodadores no dan abasto para indicar/ubicar a los espectadores, por lo menos ¡a sus tendidos asignados!.

CAMIONES DE MADRUGADA

La corrida de ayer se anunciaba como un mix Garcigrande-Domingo Hernández y Núñez del Cuvillo. Vale.

Ya tiene su cosa no poder juntar de primeras seis de una misma finca, pero al final, varios camiones después, resulta que no salen seis sino ocho (incluyendo dos sobreros) del mismo hierro. Magia.

Los de Cuvillo primeros (inadmitidos por escobillados) y los que no existían pero terminaron llegando a las tantas de la madrugada (otro birlibirloque) no llegaron a pisar suelo zaragozano. Ni siquiera bajaron del camión.

Así que se lidió --en nombre del arte-- un lote inaceptable con los dos hierros de la marca Domingo Hernández.

Y este público de aluvión se tragó sin pestañear (solo surgieron palmas de desaprobación desde el tendido seis) un toro de escasa y destartalada presencia al que el que llaman genio de La Puebla se quitó de en medio en dos minutos mal contados. La bronca, apoteósica.

Pero como don José Antonio gusta del numerito de la reconciliación, medio se dio coba con un toro que salió olisqueando la arena y tuvo que parar con el capote Lili, menda de su grey, mientras el jefe cazaba musas.

En banderillas Carretero huía despavorido salvando el pellejo de milagro. Dos veces.

Y ¡oh! Morante largó un muleteo en el que se jaleaban hasta los desarmes. Éxtasis colectivo mientras los gintonics viajaban burbujeantes. Los próximos en dron.

A todo esto, Cayetano, de rodillas o en pie, casi siempre vaciando los viajes del tercer toro por arriba, descolocado y trazando con final a la recta, cameló hasta el punto de que casi pasea oreja.

Un cañón con la espada, sí. En los dos. También en ese segundo suyo, un zarrio al que nunca llevó toreado ni sometido. Eso sería noticia.

Al menos Diego Urdiales (sustituto de Manzanares) se vendió como es: sobrio, despacioso, fiel a una tradición de respeto por la profesión, sin mandangas vanas ni dispuesto a pervertir el rito. Un alivio.

Buscó colocación al frente y cruzado no pocas veces, largó paño sin aspavientos a su primero, al que pinchó. Hubiera caído premio. Y volvieron a jalearse los marrajes con el pincho ¡qué cruz!. Luego persiguió al fugitivo quinto sin éxito pues el trasteo no adquirió relevancia.

Mientras, el personal seguía a lo suyo. Lo de menos era el toro, la categoría y trascendencia de una plaza que fue La Misericordia y en días como ayer habría que rebautizar como... La Bernarda.

TOROS DE: Garcigrande (1º, 3º, 4º y 5º) y Domingo Hernández (2º y 6º).

MORANTE DE LA PUEBLA: bronca y oreja.

DIEGO URDIALES: sustituía a José María Manzanares, ovación tras aviso y ovación.

CAYETANO: ovación tras petición y ovación.

Lleno