A lo largo de los 180 kilómetros de la carretera N-550, que cruza Galicia de arriba abajo, desde La Coruña hasta Tui, llaman la atención cosas como el deslavazado urbanismo de muchos pueblos y aldeas que hay al paso; casas desperdigadas, muestras de bricolaje con soluciones imaginativas convertidas ya en un subgénero, las chapuzas galegas... y mujeres mayores dando el callo. Es habitual verlas, suelen ser ancianas, en plena faena: cavando en una huerta, transportando un haz de leña, arreando unas vacas. Esas mujeres fueron la inspiración de Joseba Muruzábal, un artista de 33 años que ha sembrado sus pinturas colosales por esos pueblos de Dios. De repente emergen unas gigantescas heroínas de avanzada edad, abuelas gallegas con superpoderes que se suben por las paredes, inmortalizadas a todo color.

Fenómenos do rural se llama la serie de obras que retratan a esas señoras con mandilón a cuadros, el que para Joseba, que firma sus obras como Yoseba MP, debería ser el uniforme nacional gallego. «El objetivo de estas imágenes -explica el artista- es dar testimonio del trabajo que estas mujeres desempeñan en sus hogares y la relevancia que eso tiene en su entorno». «El minifundio gallego es cosa de ellas y eso determina que desarrollen una mentalidad de trabajo y una fuerza para ejecutarlo fuera de lo normal», añade, y recuerda que en esa comunidad «cuatro de cada cinco centenarios son mujeres».

Para trabajar sus monumentales murales, lo primero es hablar con las paisanas, que le cuenten sus historias, les deja que se extiendan para captar la idea. Luego viene la sesión de fotos. La obra en sí tarda entre siete y nueve días en estar lista. Lo hace con pintura plástica, rodillo y brocha. Lo más caro, explica, es alquilar la grúa para encaramarse 10 o 15 metros. Aunque hay distintos grados de implicación, no suele tener problemas con los ayuntamientos, ni con los vecinos. «Les suele gustar, es algo que representa a todos los gallegos, eso hace que el espectador empatice con la obra, y más si conoce a la modelo». Sigue buscando voluntarias, pero espera al verano: «Pintar en invierno es un infierno, y en Galicia más. Siempre llega el momento en que la lluvia te chorrea a gusto el mural».