Naruhito aún debe estar agradecido a Vajiralongkorn por aquel auxilio gremial. En mayo andaba el mundo preguntándose si la ley sálica japonesa o la escasez de mujeres en su ceremonia de entronización se ajustaba a la nueva sensibilidad global cuando el monarca tailandés celebró su boda. La reina Suthida culebreó con su vestido de seda sobre los marmóreos suelos palaciegos hasta alcanzar las botas del semidivino rey para recibir en su frente el agua sagrada. No se podía atentar más y mejor contra el Metoo, la corrección política o el empoderamiento femenino. Y nadie preguntó más por Naruhito.

El rey tailandés es el más rico del mundo, eso seguro, y el más excéntrico, probablemente. La ajetreada vida de palacio hubiera atiborrado este 2019 la prensa rosa si el delito de lesa majestad no blindara su imagen. La boda certificó el presuroso ascenso de la azafata Suthida desde que el rey la conociera en un vuelo de Thai Airways cinco años atrás. Fue nombrada general del Ejército y subcomandante del servicio de seguridad del monarca antes de pasar por la vicaría. La prensa oficial la describe como una militar de élite y especializada en rescate de rehenes, tiro de precisión y paracaidismo. Que el tedio matrimonial llegue a los tres meses se antoja algo apresurado, pero lo cierto es que en julio, por su 67 cumpleaños, el rey se regaló a sí mismo una amante, concubina o compañera oficial. La poligamia había sido habitual en la monarquía tailandesa para sellar las alianzas con familias poderosas, pero no se había utilizado en más de un siglo. La elegida fue Sineenat Wongvajirapakdi, de 34 años. Se sabe que se licenció como enfermera en una universidad militar, que entró en el elitista cuerpo de guardaespaldas real y que había participado de la pompa real en el último año. La prensa hizo el resto: piloto de cazas, paracaidista, avezada en técnicas de guerrilla y con la puntería de un francotirador soviético. Esa sesentena de fotos colgadas en las webs oficiales fue un festín pantagruélico para un país acostumbrado a las migajas informativas sobre su realeza. Sineenat también lustró el suelo de palacio hasta alcanzar las botas del monarca mientras la reina disfrutaba desde su trono de un rito conocido.

Las fricciones en la convivencia a los tres meses se antojan algo apresuradas, pero en octubre, la 'Gaceta Real' declaró finiquitado el trío. Probablemente nunca fue una buena idea juntar bajo un mismo techo a dos mujeres con teórica capacidad para invadir Afganistán por separado para que se pelearan por la atención de un hombre. Perdió Sineenat. El rey le retiró el título de concubina real, los honores y condecoraciones militares, su estatus en la guardia real Sineenat pecó de ambiciosa, irrespetuosa y desagradecida, aclararon fuentes oficiales de palacio. Con sus acciones demostró su ignorancia sobre las tradiciones reales y que solo le interesaba su beneficio personal. Causó división entre los cortesanos y confusión en el pueblo. Intentó elevar su estatus hasta alcanzar el de reina. No se concretaron las acciones, pero se intuyen las intrigas y zancadillas.

Se desconoce qué ha sido de Sineenat, y la hemeroteca no tranquiliza. La segunda esposa del rey tuvo que huir a EEUU y repudiar a sus cuatro hijos tras el divorcio. La tercera fue desterrada de la corte y sus padres acabaron en la cárcel por criticar a su ex yerno.

Del príncipe Vajiralongkorn se sabía que era un bala perdida, un tenaz coleccionista de divorcios e hijos extramatrimoniales, pero se confiaba en que el trono le insuflaría cierto decoro institucional. Hoy, los tailandeses recuerdan aquel viejo vídeo en el que celebraba el aniversario de su tercera esposa: ella con un sucinto tanga entre camareros de guantes blancos se retuerce para ofrecerle pastel a su perrito Foo Foo, nombrado mariscal del Ejército por el rey y asiduo a las recepciones oficiales.

El opuesto de su progenitor

Nadie ha olvidado en Tailandia a Bhumibol tres años después de que su muerte noqueara al país. El padre del rey actual fue quien impidió que reventaran las costuras de una sociedad fracturada sin remedio. Mientras Bhumibol vestía mundanas camisetas, su hijo aparecía en tirantes y tatuado. Cuando el primero recorría las provincias agrícolas, el segundo derrochaba en fiestas. Y si el padre veneraba a su esposa Sirikit, su heredero encadenaba amoríos. Solo el respeto hacia Bhumibol explica que nadie discutiera que eligiera a Vajiralongkon frente a su hija Sirindhorn, asidua a la filantropía y sin desmanes conocidos.