Gianfranco Ravasi tiene 75 años y es el menos clerical de los cardenales. Ha escrito 150 libros, habla una decena de idiomas, incluido el hebreo y el griego antiguo, y en sus mocedades ejerció como arqueólogo en Oriente Medio. Ha escrito que muchos sermones dominicales de los curas son «aburridos» y que «la comunicación de la fe (católica) se puede lograr con solo 140 caracteres». El prelado está estos días bajo los focos porque ha participado en la exposición sobre catolicismo y moda en el Met de Nueva York, abierta esta semana con una deslumbrante alfombra roja, aunque fue en febrero cuando su imagen dio la vuelta al mundo, cuando posó junto a la empresaria y diseñadora Donatella Versace y junto a Anna Wintour, la todopoderosa editora jefa de la edición estadounidense de la revista Vogue.

Los tres coincidieron en la presentación en Roma de Cuerpos celestiales: la moda y la imaginería católica, el nombre oficial de la exposición que el jueves inauguró el Met. Ravasi ha sido clave en el préstamo de cuarenta piezas del Vaticano y ha escrito un texto en el catálogo de la exposición. «Dios también se preocupaba de lo que vestían sus discípulos», sostiene.

Pionero en Twitter

Ravasi es muy peculiar. Si no fue el primero, fue el segundo cardenal en abrir una cuenta en Twitter. Es culto y lo evidencia citando en sus discursos a cualquier autor, antiguo o moderno, sea literato, filósofo, sociólogo, historiador, teólogo o poeta. Es brillante y tiene la capacidad pedagógica de explicar lo más difícil a las personas más sencillas.

Una tele de Silvio Berlusconi le ofreció un programa muy seguido y sin publicidad, Las fronteras del espíritu, en el que comentaba la Biblia. Escribe para Avvenire, diario de los obispos, pero también para el agnóstico Il Sole 24 Ore, diario económico de la patronal italiana (Confindustria) y otras publicaciones, incluido L’Osservatore Romano, diario oficial del Vaticano.

Tras crecer con una madre maestra y un padre empleado de hacienda, se metió a cura, a causa -ha explicado- de una larguísima ausencia de su padre durante la guerra, que le provocó un trauma interior. Años después se postuló para obispo de una diócesis. La Conferencia Episcopal Italiana (CEI) le apoyaba, pero el Vaticano se negó, a causa de un refinado desliz, incomprensible para los legos, que tuvo Ravasi sobre la resurrección de Jesucristo (no resucitó, sino que «fue elevado», había dicho).

Aun así, en el cónclave del 2013 algunos le dieron como papable, algo bastante difícil, ya que su gran erudición le confiere una aparente imagen, diríamos, aristocrática que suscita antipatías, o tal vez envidia, en sus adversarios. Tiene varios cargos vaticanos, pero el que mejor le cae es el de presidente del Consejo Pontificio para la Cultura. Sus objetivos son las relaciones entre cultura e iglesia, lo que con frecuencia transforma el organismo en una conflictiva frontera entre católicos y agnósticos y ateos.

Polémicas

Se trata de un filo que el cardenal Ravasi frecuenta a menudo provocando polémicas. Como cuando, en el 2016, escribió una carta a «los hermanos masones», excomulgados desde siempre por la Iglesia. Les dijo que aún reconociendo diferencias e incompatibilidades, hay que ir más allá de la «hostilidad, insultos y prejuicios», porque hay un terreno común para el diálogo: la dimensión comunitaria, las obras de caridad, la lucha contra el materialismo, la dignidad humana y el conocimiento recíproco. Ravasi dijo un día que «el amor por la iglesia, por la fe, se puede manifestar también mediante la crítica apasionada». Y de una manera muy fina lo ha hecho con el Papa, afirmando que «si Bergoglio sigue hablando al pueblo de cosas inmediatas no será suficiente, porque los grandes problemas están en el sustrato de las personas, incluso las más humildes». «Los intelectuales estamos acostumbrados a partir desde lo alto», añadió sin modestia.