Carson McCullers jamás se preocupó por caerle bien a la gente porque ya bastante tenía con llevar adelante una vida de escritura en las más difíciles condiciones. Tanto físicas como anímicas. Físicamente, peleó contra la invalidez sin que su obra, tan apasionada y enloquecida como la de Emily Bronte en 'Cumbres borrascosas', desfalleciera ni un momento en una fácil compasión por sí misma. Anímicamente, dependía del alcohol, podía ser muy desagradable si se lo proponía y quedó atrapada en un matrimonio tormentoso marcado por los celos profesionales y un torturador "ni contigo ni sin ti".

A McCullers (Columbus, Georgia, 1917 - Nyack, Nueva York, 1967),el reconocimiento de los lectores le llegó muy pronto, a los 23 años, y aunque en su momento la crítica la relegó al nicho de escritora de segunda, lo sorprendente, o no tanto, es que a 100 años de su nacimiento, que se cumplirán este domingo (y en septiembre, también los 50 de su fallecimiento), las reediciones de su obra siguen gozando de buena salud. De ahí que Seix Barral celebre la fecha con la recuperación de sus obras. De momento, 'La balada del café triste' y 'Reflejos en un ojo dorado', dos de sus títulos más aplaudidos, en nuevas ediciones con sendos prólogos de las escritoras Paulina Flores y Cristina Morales y bonitas portadas de Sara Morante. En marzo aparecerá 'Reloj sin manecillas', prologado por Jesús Carrasco, y seguirá la excelente recopilación de Rodrigo Fresán 'El aliento del cielo'. Sin olvidar la reciente recuperación en catalán de 'Frankie Addams' en L’Altra, que se une a 'La balada del cafè trist', publicada el año pasado en el mismo sello.

En el caso de 'Reflejos…' también se incluye un epílogo inédito deTennessee Williams, que fue su gran amigo, en el que la defiende a capa y espada de las habituales acusaciones de tremendismo y mal gusto que la persiguieron: "'Reflejos en un ojo dorado' es una de las obras más puras y potentes de cuantas ha sido creadas bajo el influjo de ese Sentido del Horror que es la podredumbre en la raíz de todo arte contemporáneo, desde el 'Guernica' de Picasso a las ilustraciones de Charles Addams". (Nota: Charles Addams es el dibujante de la siniestra y divertida familia del mismo nombre que propició la vieja serie de televisión).

Respecto a su reconocimiento crítico, Carson McCullers tuvo dos hándicaps. Uno, ser contemporánea del gran gigante del profundo Sur, William Faulkner, a quien nadie acusó de enfermizo y depravado pese al calado tremendo de sus ficciones, posiblemente porque no era una jovencita. Y el otro, formar parte de ese grupo de excelentes escritoras norteamericanas con las que habitualmente se confunde, como Flannery O’Connor, Eudora Welty o Catherine Anne Porter. Y quizá no sea la más exquisita estilista de todas pero no se parece a ninguna de ellas.

UNA NIÑA OSCURA

Suele describirse a McCullers como una niña siniestra y gótica(Rodrigo Fresán la ve como un personaje del primer Tim Burton, ingenuo y a la vez oscuro). Contribuyó a eso su aspecto peterpanesco, tal y como la retrató Cartier Bresson, carita redonda, mejillas llenas, flequillo corto, rebeldes pantalones -para la época-, que no cambió a lo largo de los años, ni siquiera en su pronta decadencia física. A los 40 años, obligada a utilizar bastón para caminar, parecía ya una rara niña-anciana.

Pero sobre todo, lo que la sitúa en ese territorio de la primera juventud es la intensidad de las pasiones que retrata, la monstruosidad de esas tensiones, la fuerza imparable de los sentimientos con los que ha logrado conectar de una forma casi visceral, generación tras generación, con los lectores más jóvenes. Si se leen sus libros justo en ese momento suelen golpear de tal forma que es imposible olvidarlos.

ENANOS JOROBADOS Y TIJERAS DE PODAR

Buena parte de las criaturas de la autora participan de una categoría 'freak' cercana al esperpento grotesco que agrede directamente al lector y que quizá pueda ser mejor comprendido con un pensamiento más moderno y contemporáneo. La solterona enamorada de un enano jorobado que perseguirá, a su vez, a un bello y cruel presidiario en el relato 'La balada del café triste'; la mujer que se corta los pezones con una tijera de podar cuando descubre la infidelidad de su marido, en'Reflejos en un ojo dorado' (la novela que le valió a la autora ser desterrada al territorio de lo malsano); la niña que se siente atraída por la novia de su hermano y quiere formar parte de la boda de este en 'Frankie y la boda', una 'nouvelle' que ampliaría el renombre de la autora al convertirse en una pieza teatral y también en película... Todas ellas transitan a través de los deseos subterráneos, la violencia latente, la lógica de la anormalidad.

Volvamos al principio. A la breve vida difícil de la escritora, con esa enfermedad reumática mal diagnosticada que la llevó al final de su vida a estar confinada en una cama, tras multitud de operaciones oséas. A su matrimonio con el aspirante a escritor y militar Reeves McCullers ("me casé con el primer hombre que me besó", confesaría la autora), quien llevó mal el darse cuenta de que el talento estaba del lado de su esposa y acabó suicidándose, después de casarse con ella dos veces. A su no contrastada bisexualidad y sus intensas amistades (muy posiblemente sin sexo, como aventura su biógrafa Josyane Savigneau) con la andrógina Annemarie Schwarzenbachy más tarde con su psicoanalista Mary Mercer. A la memorable noche en que compartió mesa con su adorada Isak Dinesen y lo organizó todo para que Marilyn Monroe (una petición de la danesa) también asistiera. Más tarde, a McCullers le gustaría contar que Dinesen y ella bailaron sobre una mesa, algo bastante fantasioso porque ni su estado físico ni el de la septuagenaria Dinesen les permitirían la hazaña. O al sorprendente viaje a Irlanda que realizó a petición de John Huston, cuando apenas se podía levantar de la cama, para acudir al rodaje de la adaptación cinematográfica de 'Reflejos en un ojo dorado', con Liz Taylor y Marlon Brando (en la foto) poco antes de su muerte.

Por encima de tanta peripecia digna de cualquiera de sus retorcidas ficciones (al fin y al cabo su debut, 'El corazón es un cazador solitario', es un retrato nada oculto de su adolescencia), brilló la convicción indiscutible de la autora sobre su propia valía. Quizá los críticos le negaron en su día el pan y la sal pero ella lo tenía muy claro: “"Yo tengo más que decir que Hemingway y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner".