Tiene 44 años pero desde 1998 Monica Lewinsky está tatuada en la memoria colectiva como la becaria veinteañera de la Casa Blanca que mantuvo una relación sexual con el entonces presidente, Bill Clinton. La tinta, no obstante, no es ni tiene por qué ser permanente. El movimiento #MeToo ha abierto una nueva era, también para Lewinsky. Y aunque no cambia un elemento central de lo que ocurrió, una relación sexual consentida entre adultos, ella ahora identifica claramente algo más: lo que sucedió constituyó, por parte del presidente 27 años mayor que ella, «abuso total de poder».

Lewinsky ha hecho el análisis en un ensayo publicado en Vanity Fair, donde habla entre otras muchas cosas de su diagnosis personal de estrés postraumático y ve también en todo el país un trauma irresuelto, por más que el proceso de impeachment contra Clinton (por mentir y obstrucción a la justicia) se resolviera en 1999 a favor del presidente.

Arma arrojadiza

El texto ha sido por lo general aplaudido, aunque no le han faltado críticas. Y es que como siempre desde que en enero de 1998 la web Drudge Report publicó la primera información que apuntaba a la relación extramatrimonial de Clinton (que luego se sabría que fueron nueve encuentros sexuales entre los años 1995 y 1997), Monica Lewinsky parece más un arma arrojadiza política que una persona.

Tampoco Lewinsky puede escapar de la agitada marea en que se enfrentan corrientes sobre qué es y debe ser esta nueva era de concienciación no solo sobre el abuso y el acoso sexual, sino sobre temas llenos de matices como el consentimiento o las relaciones marcadas por siglos de heteropatriarcado. Pero el suyo es de nuevo un viaje personal realizado públicamente. Y aunque está acostumbrada a cargar el peso del equipaje, ahora ha encontrado soportes, mensajes como el que cuenta que le envió una de las mujeres que han estado liderando el #MeToo: «Siento tanto que estuvieras tan sola».

Lewinsky atribuye al movimiento no solo haber provisto al mundo de «una nueva lente», sino haber abierto «nuevas avenidas hacia la seguridad que llega de la solidaridad». Y ella, que en una ocasión se definió como la «paciente cero» del ciberacoso, que recuerda como ejemplo del tornado mediático que la absorbió los 125 artículos que The Washington Post publicó en solo 10 días, sabe que algo ha cambiado, aunque persistan los ataques en las redes, los insultos y los intentos de hundir reputaciones. «Si internet fue una bestia negra para mí en 1998, su hijo adoptivo, las redes sociales, han sido una salvación para millones de mujeres hoy», escribe.

Lewinsky ya no es la joven de 24 años a la que los investigadores del fiscal especial Kenneth Starr y los agentes del FBI presionaron con amenazas de 27 años de cárcel. Ya no es tampoco la mujer empujada a dudar de su propia cordura, envuelta en una compleja lucha psicológica interna que ha combinado la persistencia de esas experiencias de juventud con el combate de «las interpretaciones del resto del mundo y las reinterpretaciones de Bill Clinton sobre lo que pasó». Graduada y con un máster en psicología social por la London School of Economics se ha volcado en el activismo, dejando atrás otras etapas profesionales en las que ha sido diseñadora de bolsos, imagen de una empresa dedicada a la perdida de peso o personaje de reality.

Ahora asegura que ha aprendido que «debes integrar tu pasado y tu presente». Y en el ensayo de Vanity Fair que abre contando su primer encuentro en persona en un restaurante la pasada Navidad con Starr («el hombre que convirtió en un infierno mi vida de 24 años») acaba con un proverbio mexicano -«Intentaron enterrarnos, no sabían que éramos semillas»- para concluir: «La primavera finalmente ha florecido».