Si todo universo surge de una explosión primigenia, el big bang del fenómeno Julio Iglesias, el cantante latino más universal de todos los tiempos, no fue otro que el festival de Benidorm de 1968. Su triunfo en aquella edición del concurso con su canción La vida sigue igual, del que se cumple medio siglo, supuso el lanzamiento de la carrera de un artista que acabaría pulverizando todos los récords de ventas de discos y devoción popular de la música en español y convirtiéndose en un ídolo sin fronteras. Precisamente por la dimensión sideral que después alcanzó su figura, resultan chocantes, y por momentos conmovedores, los miedos con los que el cantante afrontó aquella actuación seminal.

Conviene ponerse en situación: la estrella que años más tarde pondría a sus pies estadios enteros repletos de público, aquel 17 de julio de 1968 era un tímido madrileño de 24 años que llevaba tiempo tocando puertas para que alguien se hiciera cargo de la llamada que había sentido mientras se recuperaba del accidente de tráfico que sufrió en 1963. Eladio Magdaleno, el enfermero que le había atendido en el hospital, le regaló una guitarra con la que empezó a componer melodías, hasta que a fuerza de acordes y guitarrazos se convenció de que la música podía suplir al fútbol en su sueño de ser alguien importante. Si las lesiones le habían expulsado de la portería del Real Madrid, donde llegó a jugar como juvenil, la canción sería su salvación, y su profesión.

EL PRIMERO QUE CREYÓ EN ÉL / Tras foguearse en recitales universitarios por colegios mayores de su ciudad y dejarse ver y oír en unas cuantas emisoras locales, Iglesias se plantó en el sello Columbia, que por entonces dirigía Fernando Garea. Él fue la primera persona con nombre y apellidos en la industria discográfica que creyó en el poder seductor del cantante sobre un escenario y suya fue la idea de que participara en el festival de Benidorm. Esta confianza no le libró de mirar con cierta condescendencia a aquel voluntarioso veinteañero. «Ya está aquí Mateo y su guitarra», soltaba cada vez que abría la puerta de su despacho y se lo encontraba sentado en la sala de espera.

La persona que mejor conoce la trastienda del fenómeno Iglesias es Alfredo Fraile, el que fue su mánager en sus primeros 15 años de carrera, quien dedica varias páginas de sus memorias -Secretos confesables (Península), el libro en el que se basará la serie que Disney está preparando sobre la vida del cantante- a relatar algunos detalles nunca antes contados sobre el paso del artista por el festival de Benidorm.

En un Seat Coupé de la época, Iglesias, Garea y varios amigos se desplazaron hasta la localidad alicantina. En aquellos años, las normas del certamen exigían que cada canción compitiera en dos versiones distintas. Iglesias se presentaba con La vida sigue igual, compuesta por él mismo, pero esta pieza también la interpretaron Los Gritos, conjunto músico-vocal con mucho predicamento en los guateques del momento.

La canción de Iglesias fue señalada como la mejor del concurso, y él, como el artista más convincente. Lo que nunca supieron los miembros del jurado fueron los empujones que Garea tuvo que darle para que saltara al escenario. La timidez y el pánico escénico fueron los mayores demonios interiores en sus primeros años de carrera, cuenta Fraile en sus memorias, y si no hubiera sido por aquel empeño de Garea, que casi lo sacó a rastras, el cantante se habría vuelto de buena gana a Madrid sin actuar.

El premio consistió en 100.000 pesetas, varias de las cuales las dedicó a invitar a su novia de entonces, la francesa Gwendolyne, a viajar por Galicia. La había conocido en Londres, donde su padre le mandó a que aprendiera inglés, y antes de dedicarle la canción con la que participó en 1970 en Eurovisión, quiso impresionarla llevándola al balneario de La Toja, el no va más en lujo y confort de aquella época.

Tal y como el propio cantante le confesaría a Fraile, se quedó con las ganas, ya que el encargado del hotel se negó a darles una habitación si no le enseñaban el libro de familia que demostrase que estaban casados. Eran otros tiempos, y otro Iglesias.

«Aquella fue la primera vez que Julio cantaba ante tanto público y lo pasó fatal por su timidez, pero siempre guardó un gran recuerdo de su paso por el festival de Benidorm. Sabe, y así me lo dijo, que sin esa actuación, lo que vino después nunca habría existido», cuenta Fraile. Lo que vino después fue una carrera musical que hoy se cuenta con banda sonora de leyenda.