Mientras la tenista Bianca Andreescu entraba en el 'top 5' del gremio mundial de la raqueta -con rabieta de su oponente, Serena Williams, incluida-, su madre, Maria, desataba un huracán en las redes. Así, sin más, por su estar en la grada, con el pelazo a lo Raquel Bollo en una fiesta 'camp' de Terelu Campos, las gafas de sol, las uñas fosforito y Coco, el caniche que logró una acreditación como 'miembro de la familia' en una competición nada 'pet friendly'. "¡Que le ofrezcan un 'reality show' YA!", pedía un tuitero encandilado con sus 'outfits' del Grand Slam. "¡Es un icono absoluto!", bramó otro. Y eso que Meghan Markle y Anna Wintour chupaban todo el foco.

Pero guárdense de juzgar a la señora Andreescu a la ligera, porque tiene mucho que ver con la escalada de Bianca desde el puesto 208 del ránking mundial en solo un año. ¿Los cereales del desayuno? No. Desde que era una escolar, la entrenó en visualización creativa, una técnica de gimnasia mental que cultivan Beyoncé, Arnold Schwarzenegger y Katy Perry para atraer lo que desean y tener control mental en momentos de presión. "Desde que gané el Orange Bowl [2015], he visualizado [el triunfo] cada día", reveló Bianca tras coger el cheque de 3,8 millones de dólares del Abierto. "Repito frases como ‘cógela y golpéala’", ha dicho.

UNA SARTÉN Y UNA CACEROLA

Maria, como su marido, Nicu, es oriunda de Vaideeni, provincia de Valcea (Rumanía). En los años 90, el país estrenaba democracia representativa, pero los estándares de vida socialistas se iban a pique. La pareja -ella, licenciada en Económicas y él, ingeniero mecánico- tenían un pariente en Canadá y no dudaron en tramitar el visado. Lo consiguieron a través de Hungría y partieron "con una sartén y una cacerola con comida para dos días", según ha relatado la abuela materna de la campeona a la prensa rumana. Instalados en Mississauga, Ontario, un suburbio de Toronto, los Andreescu vivieron con poco lujo y alumbraron, en el 2000, a Bianca.

Pero a Maria se le metió entre ceja y ceja que el mejor sistema educativo para la niña era el rumano. Así que, en el 2006, cruzó con su hija el Atlántico y abrió un negocio de camiones de material de la construcción. La empresa tropezó con obstáculos burocráticos, pero la estrambótica 'apuesta rumana' destapó un filón: a Bianca -a la que apuntó a varios deportes- se le daba de miedo el tenis. A los 11 años, ya la habían metido en el Centro Nacional de Capacitación Sub-14 del Equipo Canadá en Toronto.

Desde entonces, los Andreescu han logrado tener "una casa con 10 habitaciones, dos garajes y mucha estabilidad", según la abuela rumana. Maria, que tiene un cargo directivo en la financiera Global Maxfin Investments, suele estar junto a su marido -y Coco- en las gradas, y si no, pide wifi allá donde fuere para seguirla en 'streaming'. Y pese a sus 'looks' llamativos, es de las que prefiere el segundo plano, muy en las antípodas de Samantha Stevenson, la madre de la tenista Alexandra Stevenson, que afirmó que acompañaba a su hija para protegerla de las lesbianas en la gira.

Será, pues, muy difícil arrancarle qué hay dentro del frasquito que su hija huele antes de cada partido. (Apunte especulativo: en la visualización creativa se utilizan aromas. ¿Habría en el último encuentro una mezcla de notas de la 'Eau des Merveilles' de Hermès -la colonia favorita de Serena Williams- con esencia de sapos y culebras?).