En la India hay una violación cada cuarto de hora o, lo que es lo mismo, 34.651 violaciones registradas en el 2015, según datos del Gobierno de Nueva Delhi. Las cifras no dejan de subir y desde el 2011 han aumentado un 43%. Dicho ascenso se explica, en parte, al hecho de que en los últimos años se ha dado una mayor difusión a una realidad ya existente que, a menudo, permanecía oculta. Una realidad que en ese país era considerada "normal" hasta que se divulgó la barbarie de la violación múltiple a una estudiante en un autobús en diciembre del 2012.

Para luchar y protegerse contra esta lacra que persigue a la sociedad india, algunas mujeres han decidido pasar a la acción. Y para ello, han escogido aprender kung-fu de la mano de un grupo de monjas tibetanas de la única orden que no reserva un rol secundario a las féminas por el simple hecho de serlo. Dicha milenaria orden se llama Drukpa, proviene de las montañas de Ladakh, en el Tíbet indio, y hace una década sus miembros decidieron que las mujeres no debían limitarse a cocinar y limpiar.

Aprendieron kung-fu, profundizaron en su formación budista y hoy desempeñan empleos antes reservados a los hombres, como los de electricista y fontanera. Y esas enseñanzas son las que tratan de transmitir al centenar de mujeres de entre 13 y 28 años que se han apuntado al curso de cinco días de autodefensa en el palacio budista de Naro Photang.

Los entrenamientos son duros y rigurosos, alargándose de seis de la mañana a nueve de la noche. En ellos se enseñan técnicas de kung-fu especialmente seleccionadas para la autodefensa ante casos de abuso sexual, aunque también se combinan con ejercicios mentales de inspiración budista y talleres de igualdad de género. "El kung-fu las hará más fuertes y más seguras de sí mismas", explica Jigme Wangchuk Lhamo, una de las instructoras. "La idea que queremos transmitir es: 'Si unas monjas pueden hacerlo, ¿por qué no nosotras?'", añade.