El lunes, alrededor de la medianoche, docenas de personas vestidas de esmoquin o luciendo escotes palabra de honor huían despavoridas del teatro de Cannes donde, en aquellos momentos, tenía lugar el estreno mundial de 'The House That Jack Built'. Y, poco después, las redes sociales se incendiaban con tuits que definían el nuevo trabajo de Lars Von Trier como "vomitivo", "vil" y "un infierno". Y la respuesta más lógica ante esas reacciones es preguntarse, ¿cómo es posible? Es decir, esas personas sabían que iban a ver una película sobre un asesino en serie dirigida por uno de los directores más extremos de la historia. ¿Qué esperaban encontrarse?

A estas alturas, además, ha quedado de sobra demostrado, desde mucho antes de que en el 2011 el danés fuera declarado aquí persona non grata tras afirmar que simpatizaba con Hitler, que traer al cineasta a Cannes es como tener a un guepardo como animal de compañía: es un ejemplar único y deja a las visitas boquiabiertas pero, tarde o temprano, te deja la alfombra hecha trizas. La diferencia, claro está, es que los felinos no tienen memoria, ni sentido de culpa, ni necesidad de justificarse, ni sed de venganza. Lars Von Trier sí, y de esos sentimientos se compone 'The House That Jack Built'.

Su protagonista, Jack (Matt Dillon), se define como incapaz de sentir empatía, y manipulador, e irascible, y arrogante, y como muchas otras cosas que a menudo se dicen de Trier. Para explicar los terribles crímenes que comete se compara a sí mismo con un arquitecto que construye catedrales góticas. En otras palabras, crea obras de arte que a ojos del resto del mundo son atrocidades, justo como algunas de las películas de Trier. Por si la analogía no queda suficientemente clara, en un momento de 'The House That Jack Built' vemos una sucesión de fragmentos de películas previas del danés mientras, de fondo, oímos a Jack afirmar que poner normas morales al arte es matarlo.

Jack afirma que mata para poder experimentar una y otra vez el placer que ver el sufrimiento de sus víctimas le provoca. ¿Es también ese el motivo por el que Trier hace cine, porque necesita provocar rechazo a la audiencia para sentirse artísticamente vivo? Es una buena forma de buscar un contexto a algunas de las animaladas a las que 'The House That Jack Built' pone imágenes. La película se estructura en torno a cinco "incidentes" destacados de la carrera asesina de Jack, y los presenta como una sucesión de actos creativos cada uno más conceptualmente ambicioso y más cabestro que el anterior. No haría falta aclarar que no resulta agradable contemplarlos. Y es comprensible que, enfrentados a la jocosa deformación del cadáver de un niño, haya espectadores que decidan coger la puerta -pese a que es discutible que haya para tanto-. Y ese rechazo, de nuevo, es lo que da sentido al cine de Trier.

Pero, ¿qué hay de los que se quedan sentados? ¿Qué puede ofrecer 'The House That Jack Built' a los espectadores inmunizados frente a las provocaciones del danés? Un puñado de ideas genuinamente provocativas desperdigadas a lo largo de un metraje increíblemente exagerado, y durante el que se nos ofrecen digresiones sobre ingeniería, o el poeta William Blake y el pianista Glenn Gould, o las diferentes uvas que se usan para elaborar vinos de postre, así como incesantes monólogos llenos de sustancia filosófica que poco o nada tiene que ver con el periplo de Jack. El negrísimo humor que envuelve todo eso se antoja como el mecanismo utilizado por el director para mantenerse a una distancia razonable del abismo, que es justo donde a pesar de ello transcurren, literalmente, las últimas escenas de este grotesco autorretrato.

Trier ha confesado que se pasó todo el rodaje de 'The House That Jack Built' azotado por la ansiedad y el alcohol. También ha asegurado que después de ella quizá no vuelva a hacer cine, porque el dolor que le causa es insoportable. Después de todo, lleva usando sus películas a la manera de sesiones de terapia demasiado tiempo, al menos desde 'Anticristo' (2009) -que, dicho sea de paso, era una obra mucho más bestia y, ya puestos, mucho mejor-, y por otra parte no está claro que le queden recovecos de su torturada psique por explorar a estas alturas ni si, en caso de intentarlo, seguirá siendo capaz de provocar huidas en masa por parte del público. De todos modos, en caso de que eso suceda, a Cannes más le vale tener una alfombra de repuesto.