El Real Zaragoza se ha atascado. Ese es el dato indiscutible: dos puntos sumados de los últimos doce como consecuencia de cuatro partidos con más sombras que luces, en los que el equipo cayó varias veces en la misma trampa y no supo descifrarla. Salvo en la segunda parte contra Osasuna, que añadió un elemento más de preocupación al cuadro de problemas por la tiranía navarra con el balón, los contrarios le han dado el campo y la pelota al Real Zaragoza, que no ha sabido qué hacer con ella ni encontrar pasadizos para crear peligro.

El último mes ha puesto al equipo y a Imanol Idiakez frente a su primer gran obstáculo después de un inicio de campeonato con un sinfonía perfecta en Oviedo y 45 minutos maravillosos contra Las Palmas, jugados con electricidad, dominio y verticalidad. Aquello parece ahora muy lejano. El Zaragoza lleva varios partidos sin antídoto para las propuestas rivales. La posesión continúa de su parte, pero el juego es inofensivo y no progresa. El circuito de pases que sostiene las bases fundacionales del proyecto no funciona. Hay varias razones: las bajas en el centro del campo han hecho mucho daño, Eguaras está aún lejos de su máximo, James también ha estado lesionado y sin ellos ni la energía de Guti, la media no mejora la clase media de la categoría. Tácticamente no ha habido respuesta y los errores individuales han penalizado esa paralización del juego.

Salvo Muñoz, los centrales tampoco ofrecen soluciones en la salida. Son flojos con el balón, especialmente Grippo. El juego se bloquea. Y sestea. No hace daño. Recién oficializada su contratación, Lalo Arantegui advirtió que con Idiakez se verían muchos Zaragozas, con diferentes formas de jugar. Estamos ante el primer momento para comprobarlo.