Fundación DFA cuenta con tres centros residenciales. Cada uno de ellos ha tenido que adaptar sus condiciones a las medidas del confinamiento. Cada espacio, cada sala, cada rincón ha tenido que reinventarse para poder continuar con la vida diaria, dentro de las posibilidades. Se han establecido turnos de comidas para respetar las distancias de seguridad. Se ha limitado el acceso a las zonas comunes. Se han cancelado talleres y actividades. No se puede entrar ni salir el centro. Todo ello con un único objetivo. Proteger a las personas que viven ahí. Un colectivo de alto riesgo para el que tomar todas las medidas necesarias es prioritario.

Y es que para estos centros las relaciones personales y el contacto social son aspectos igual de importantes que las necesidades básicas y asistenciales. Por eso, desde el principio, uno de los objetivos fue asegurar que todos los residentes pudieran mantener el contacto con los suyos. Las videollamadas se han convertido en rutina en la mayoría de los hogares. También aquí. Pero no todos tienen los medios o los conocimientos para ello, por lo que hay que organizarse con los móviles y tablets disponibles, gracias a donaciones de empresas que han decidido colaborar con los centros.

Los trabajadores se convierten en las manos de los usuarios que no pueden manejar los dispositivos. También en la voz cuando las circunstancias no lo permiten, «algunas personas no pueden hablar y facilitamos que las familias puedan ver que están bien y mandarles ánimo». No es una tarea fácil. Es un trabajo emotivo. «Sobre todo, en días especiales como cumpleaños cuando ha sido más duro el no poder celebrarlo con los suyos». Una labor que no siempre es visible pero resulta importantísima.