Abu Dabi, en la década de los 70, cuando el rey emérito, Juan Carlos, tenía 30 años, no era casi nada: un desierto de tierra frente al mar, algunas carreteras, casas de adobe y poco más. Pero entonces, la explosión del petróleo llegó y, con ella, los millones y millones para la monarquía emiratí, que tuvo la suerte de caer en un país que está como Qatar, Kuwait y Arabia Saudí encima de la mayor reserva de petróleo del mundo.

Los rascacielos empezaron a levantarse a montones, todos a la vez, que llegaba la fiebre de la construcción, y ahora Abu Dhabi es casi solo eso: edificios altísimos, autopistas para todo, y, como en muchas otras grandes ciudades del Golfo, ni un sitio para pasear ni un centro reconocible. Para qué, si todos los ciudadanos tienen varios coches, y de alta gama.

En las afueras están las villas de los ricos que quieren alejarse un poco del centro de la ciudad. En el hotel Emirates Palace, de este estilo, estaría alojado Juan Carlos ahora mismo, según el ABC.

Pero toda esta riqueza tiene un lado oscuro. Para levantar en tan poco tiempo un país entero, los Emiratos han utilizado un sistema llamado kafala, que significa mecenazgo en español y que implica que, cuando un trabajador extranjero llega al país, depende absolutamente de su patrón, de la persona que le ha contratado, que se convierte, legalmente, en su amo. Emiratos, como las demás monarquías petroleras del Golfo Pérsico, ha sido levantada con mano de obra semi-esclava de trabajadores paquistanís, indios, bangladesís, filipinos y un largo etcétera.

PROHIBICIONES Y LATIGAZOS

Pero no solo para ellos es difícil: en Emiratos impera la sharia, la ley islámica, que prohibe, por ejemplo, el sexo prematrimonial y el consumo de alcohol. El incumplimientose castigan con varios latigazos, según el grado de ofensa a Dios.

Hace un año, de hecho, las autoridades emiratís detuvieron una turista sueca por haber bebido vino en un vuelo que iba de Londres a Dubái, la otra gran ciudad de Emiratos. Fue encarcelada durante varios días en los que ella dijo que no le dieron ni comida ni agua y, después, expulsada del país.

Hay casos más graves: el adulterio está penado con la muerte por apaleamiento, el aborto con 100 latigazos y cinco años de cárcel, y la homosexualidad, con 14 años en prisión. Pero todo esto ocurre en otro sitio, lejos del glamour de los rascacielos más altos y de las villas más grandes del mundo. Allí, Abu Dhabi muestra su mejor cara.