Uno de los sketches que emitió este sábado Saturday Night Live retrataba a varios votantes demócratas que de palabra mostraban optimismo sobre el potencial de una «ola azul» en las elecciones legislativas de hoy pero cuyos gestos evidenciaban grandes dosis de nerviosismo. La parodia daba en el clavo. Para muchos electores aún traumatizados por la victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton en el 2016, la ansiedad ante estos comicios es un hecho. Aunque los útimos sondeos y datos mantienen vivas las esperanzas de que los demócratas arrebaten a los republicanos el control de la Cámara Baja y algunas gobernadurías y legislaturas estatales en lo que se considera ampliamente un referéndum sobre Trump, nadie da nada por seguro y los demócratas libran hasta el último minuto cada lucha.

Son una infinidad de batallas particulares en las que laten retos del partido y también denominadores comunes. Y de estos ninguno es más trascendental que la oleada de implicación ciudadana en la política que despertó la elección de Trump. Uno de cada cinco estadounidenses ha participado en manifestaciones o protestas desde aquel día y hay una red energizada de nuevos activistas progresistas motivados, sobre todo, pero no solo, mujeres. Entre los jóvenes se ha disparado la movilización.

«Esa es la mayor historia de estas elecciones», escribieron en un artículo conjunto la socióloga de Harvard Theda Skocpol y la profesora de Historia de la Universidad de Pittsburg Lara Putnam. «El Partido Demócrata, durante mucho tiempo en retirada, está siendo reconstruido desde abajo en un amplio espectro geográfico que habría parecido imposible hace dos años».

«El auténtico Partido Demócrata son los activistas», ha dicho también Rubén Gallego, congresista que es favorito para ser reelegido en Arizona. «Nuestras victorias este año no han llegado de una figura central que dirija el ataque a las políticas de Trump. Vienen de gente corriente y activistas demócratas que están en la calle, manifestándose en la Marcha de las Mujeres o participando en reuniones sobre Obamacare. Ese es el espíritu que necesitamos aprovechar».

Cómo acabará la reconstrucción del Partido Demócrata está aún por ver. La atención y los titulares, especialmente desde la derrota de Clinton y tras elecciones especiales y primarias para estos comicios, los han acaparado la pugna entre un aparato demócrata que se ha abierto algo a la izquierda pero sigue cómodo en el centro y la nueva oleada de políticos que impulsan un giro decididamente progresista, entre ellos mediáticos candidatos como la neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez.

Será en esos términos, indudablemente, como muchos leerán los resultados de este martes, pero los datos, y las variadas campañas para estas elecciones, apuntan a que esa pugna está aún lejos de ser decidida. Un análisis de Brookings demostró, por ejemplo, que candidatos del establishment ganaron un 8% más de primarias que los progresistas. Quienes votaron en esas primarias siguen definiéndose más como moderados (32%) o «algo progresistas» (34%) que como «muy progresistas» (26%).

LAS PRIORIDADES

Skocpol, la socióloga de Harvard, ha escrito que «a los activistas les preocupa mucho menos el debate interno sobre ideología y estrategia y se concentran en la movilización a favor de los demócratas». Y otros iconos como Bernie Sanders, el senador que en sus primarias contra Hillary Clinton dio el mayor impulso a la ola progresista, también han demostrado que este martes hay prioridades.

Más de la mitad de demócratas en la Cámara Baja y un tercio en el Senado, por ejemplo, han apoyado legislación que ha reactivado la búsqueda de una sanidad pública universal y hay consenso para intentar subir el salario mínimo federal a 15 dólares.

Son propuestas que Trump aprovecha para denunciar a los demócratas como «radicales» que buscan imponer en EEUU el «socialismo como en Venezuela». Mientras, los demócratas eluden la crítica directa al presidente.