En medio de un notable vacío de poder tras el exilio forzado de Jean-Bertrand Aristide, la confusión política y militar prevalecía ayer en Haití, donde las armas pesaban más que las ideas y la transición se vislumbraba larga y compleja. Mientras el presidente interino, Boniface Alexandre, no había dicho ni media palabra, la oposición mostró su debilidad y división, el partido oficial empezó a desmoronarse y el país siguió bajo los tiros y el pillaje. El único hombre fuerte era el rebelde Guy Philippe, quien se declaró "jefe militar del país".

Ante la ineptitud de la policía, hasta el empresariado pidió ayuda a los antiguos soldados. Las primeras fuerzas extranjeras de EEUU, Canadá y Francia llegadas a Puerto Príncipe confesaron "carecer de medios técnicos" para desplegarse por la capital --los franceses, por ejemplo, se movían en un autobús escolar-- y se limitaron a controlar los puntos estratégicos, como el aeropuerto, el puerto y el Palacio Nacional, además de las embajadas. Bajo el toque de queda, la noche era pasto de los rufianes y los chimeres que armó el exgobernante.

Desde la República Centroafricana, Aristide puso en duda la legalidad vigente al insistir en que fue "secuestrado y obligado a renunciar en un golpe de Estado orquestado por EEUU".