Salvo sorpresa mayúscula, este domingo la cancillera alemana, Angela Merkel, revalidará su hegemonía como cabeza de lista del partido más votado en las elecciones. Aunque su victoria más que probablemente le permitiría gobernar en minoría, a la 'Madre' le gusta establecer consensos para formar un gran Ejecutivo con el que liderar el país sin sobresaltos. Y qué mejor manera de asegurarse una legislatura tranquila que con una poderosa coalición.

La historia política moderna de Alemania está marcada por gobiernos de dos colores. Desde el final de la segunda guerra mundial, solo Konrad Adenauer, en 1957, consiguió una mayoría absoluta que abrió las puertas a la Unión Demócrata Cristiana (CDU) para comandar la nación en solitario. En todos los otros casos, el partido mayoritario ha necesitado una muleta para gobernar, siendo los liberales del FDP la opción favorita de conservadores y socialdemócratas (SPD), los dos partidos hegemónicos de posguerra.

En 1998, Gerhard Schröder formó el primer gobierno de izquierdas de la historia alemana al pactar con los Verdes. Fueron ocho años marcados por fuertes polémicas. El experimento falló y Merkel volvió a popularizar la Gran Coalición con el SPD, que solo se había puesto en práctica entre 1966 y 1969. Tras gobernar juntos del 2005 al 2009 y desde el 2013, todo apunta a que en estas elecciones se revalidará el apretón de manos. Una coalición Jamaica, llamada así por los colores de su bandera, entre CDU, FDP y los Verdes sería posible, aunque menos probable, así como una reedición del pacto de Merkel con los liberales del 2009.

Estabilidad única

Con tan solo dos ejecutivos fracturados en 72 años, en Alemania la palabra 'coalición' se ha convertido en sinónimo de estabilidad. ¿Es posible eso en otros países? El consenso político, una tradición en Alemania, tiene distintos resultados en Europa. En los Países Bajos y Dinamarca, la extrema fragmentación del arco parlamentario ha llevado a hasta cuatro y cinco partidos al Ejecutivo. En Noruega, la coalición conservadora logró tumbar a los socialdemócratas, vencedores de las elecciones en el 2013. En Austria, el auge de la ultraderecha y los problemas entre socios han terminado en un divorcio antes de tiempo en la Gran Coalición y unas elecciones anticipadas que se celebrarán en octubre.

En todos estos casos los pactos, las renuncias y las coaliciones de gobierno eran necesarios para salir adelante. Ningún partido en estos países había obtenido una mayoría lo bastante fuerte para gobernar en solitario. No así en Alemania. Con un 41,5% de los votos, la CDU podría haber gobernado sola durante los últimos cuatro años, pero Merkel quería ampliar su fuerza y llegar a un gran acuerdo.

Otra vez, Alemania destaca como única gran potencia del continente donde las coaliciones prosperan. En Francia, el Reino Unido o España estos pactos son una ilusión. En Italia también son una opción recurrente pero, con hasta 20 primeros ministros desde 1975, se han convertido en un sinónimo de riesgo, no de estabilidad. “Tras la quiebra de la República de Weimar y la guerra, los partidos detectaron que era necesario establecer un sistema de acuerdos y una cultura de consenso entre partidos. Eso hace que llegar a coaliciones sea fácil en Alemania”, asegura Werner J. Patzelt, politólogo de la Universidad de Dresde.

Amplios consensos, ninguna oposición

Las amplias coaliciones de la Alemania del siglo XXI han dado gobiernos estables. Sin embargo, ese pactismo pragmático también esconde una peligrosa consecuencia. Tras ocho años de gobierno junto a Merkel, el SPD ha pagado caro su viraje y sus concesiones al centroderecha con un paulatino declive que en estos comicios le puede llevar a sus cifras más bajas.

A pesar de que el SPD ha presionado e influido en las decisiones de la cancillera en materias clave como los salarios o el matrimonio homosexual, los socialdemócratas no han sabido capitalizar esas victorias, absorbidas por la omnipresencia de Merkel, y han sido castigados en las urnas. El FDP vio directamente como tras gobernar entre el 2009 y el 2013 desaparecía del mapa político. Además, ese acercamiento entre partidos rivales ha hecho que para muchos alemanes ya no haya diferencias entre la CDU y el SPD, y vean al país huérfano de una oposición real. Y votantes decepcionados de ambos partidos han terminado abocados a los brazos de la ultraderecha, voz radical que ha sabido canalizar su grito de protesta contra el sistema.