El 4 de noviembre del 2011 la policía de Eisenach, una pequeña localidad en el centro de Alemania, acudió a investigar el incendio de una autocaravana. Dentro había el cadáver de dos personas, que tras un atraco fallido y ser cercadas por los agentes aparentemente se suicidaron. Pocas horas más tarde, su piso en Zwickau explotaba. Entre la ceniza las autoridades descubrieron armas y las fotografías de otras personas asesinadas. Ellos eran Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt, miembros de la célula terrorista neonazi Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU) que entre el 2000 y el 2007 perpetró hasta 10 asesinatos de carácter racista.

Este miércoles, 18 años después de su primer crimen, la justicia alemana ha dictado su esperada sentencia contra Beate Zschäpe, la tercera integrante del grupo y única superviviente. Cinco años después de iniciar el juicio, el tribunal de Múnich la ha considerado cómplice de esos asesinatos, por lo cual se la sentencia a cadena perpetua. Una semana después del supuesto suicidio de sus compinches, Zschäpe voló por los aires la casa del grupo y se entregó a las autoridades por recomendación de su abogado.

De esta manera, el tribunal de la razón al fiscal general, Herbert Diemer, quien ha considerado que Zschäpe fue cómplice de todos los crímenes perpetrados por la NSU y que estuvo involucrada en la logística y preparación de todos los operativos al mismo nivel que Mundlos y Böhnhardt, principales referentes del grupo. Esos asesinatos pretendían “aterrorizar a la población inmigrante”. Otros neonazis que apoyaron esa red como Holger Gerlach, Carsten Schultze y André Eminger han sido condenados a tres años y dos años y medio de prisión. Ralf Wohlleben, exdirigente del partido neonazi NPD, ha sido sentenciado a 10 años en la cárcel por proporcionar a la NSU el arma utilizada en los crímenes.

Asesinatos racistas

Durante siete años, estos tres neonazis perpetraron hasta 10 asesinatos, tres atentados con coches bomba en barrios inmigrantes de la ciudad de Colonia y llevaron a cabo 15 atracos, con los cuales obtenían dinero suficiente para autofinanciarse. Entre sus víctimas hubo nueve ciudadanos de origen extranjero, ocho turcos y uno griego, por lo que se conocieron como los asesinatos del Bósforo, mar que separa a ambos países. La gran mayoría de ellos eran pequeños empresarios y vendedores de Kebab.

La NSU también asesinó a la agente de policía Michéle Kiesewetter de un tiro en la cabeza e intentó hacer lo mismo con el también agente Martin A., quien sobrevivió al ataque. La autoría de este homicidio se descubrió cuando la policía encontró la pistola de reglamento de Kiesewetter en la autocaravana donde yacían los cuerpos de Mundlos y Böhnhardt, donde también había material inculpatorio.

Terrorismo sangriento

Según aseguró el fiscal general, la NSU cometió asesinatos y actos criminales contra la seguridad pública “con la única intención de matar” y motivados por “el extremismo ultraderechista”, lo que les convirtió en la célula terrorista más activa y peligrosa de Alemania en las últimas dos décadas. Un caso de violencia ultra que no se vivía en el país desde la acciones paramilitares de la izquierdista radical Fracción del Ejército Rojo (RFA).

Zschäpe se sentó por primera vez en el banquillo de los acusados el 31 de enero del 2013. En diciembre del 2015, tras dos años de juicio callada, Zschäpe rompió su silencio para desmentir su participación en la logística de los asesinatos y ataques a pesar de tener una relación con los dos otros implicados y pidió perdón a las víctimas. “Su victimización se coloca en la tradición alemana del desplazamiento de culpa: no sabia nada o ya era demasiado tarde para evitarlo”, explica Roger Suso en ‘La Claveguera Marró’.

Connivencia de los servicios de Inteligencia

El descubrimiento en 2011 de la NSU supuso un duro shock para la opinión pública del país y evidenció graves actitudes y fallos de los servicios de Inteligencia nacionales. Además de la flagrante negligencia que permitió al grupo terrorista existir y operar impunemente durante 13 años sin casi levantar sospechas se le añade la implicación de agentes de seguridad que dieron lugar a uno de los mayores escándalos de la historia reciente de esta institución.

La prensa destapó que dos informadores confidenciales de los servicios secretos alemanes y dos espías estadounidenses presenciaron el caso del asesinato de la policía Michéle Kiesewetter mientras seguían a otros dos hombres conectados con una red terrorista islamista. Poco después se conoció que un agente de la seguridad del Estado abiertamente ultraderechista y conocido en su pueblo como “Pequeño Adolf” estaba dentro del café de Kassel donde en 2006 la NSU asesinó a su propietario turco. “El trío neonazi fue observado pero no detenido. A finales de los 90 los podrían tener localizados pero no hicieron nada”, añade Suso.

Por si fuera poco, en una comisión de investigación del Bundestag en el 2012, el entonces jefe de la oficina de investigación criminal (BKA), Jörg Ziercke, reconoció que la policía secreta destruyó hasta siete archivadores de información vital sobre el caso que se habían recopilado durante seis años y que estaban pendientes de llegar a la justicia. Los documentos desaparecieron misteriosamente tan solo cuatro días después que Zschäpe se entregase. Hasta la publicación del informe final la policía, manchada por la sospecha, sostuvo que los asesinatos formaban parte de crímenes perpetrados por mafias extranjeras, responsabilizando así a las propias víctimas del terror neonazi.