Alemania nunca había tardado tanto en formar gobierno. Pero, tras casi cinco meses sin acuerdo, la expectación no se traduce en entusiasmo. La noche del 24 de septiembre, el bipartidismo alemán recibió un duro correctivo en las urnas. Los conservadores de Angela Merkel (CDU-CSU) y los socialdemócratas de Martin Schulz (SPD) perdieron en conjunto 13,8 puntos, lo que situó a ambas formaciones en sus peores resultados históricos. Alemania parecía apuntar a un cambio de rumbo.

136 días después, Merkel y Schulz han certificado en Berlín que ese camino será más de lo mismo. El nuevo Gobierno alemán estará formado por una «coalición de perdedores», como la calificó ayer el muniqués Süddeutsche Zeitung, diario que en el 2013 pidió el voto para el SPD. Y es que, además de una caída electoral que escenifica el hartazgo con una fórmula que tenía que ser excepcional pero ha pasado a convertirse en norma, las encuestas indican que ambos partidos perderían ahora aún más puntos. Ese descontento lo capitalizarían otras formaciones.

Con este pacto la cancillera sonríe, pues se asegura así su cuarto mandato y evita una temida repetición electoral. Pero al otro lado de la mesa, los socialdemócratas tienden la mano con una mueca de decepción. Para muchos, Schulz fue el candidato del cambio, de la renovación, de la vuelta a los valores de la izquierda. Aunque después de obtener los peores resultados de su historia el líder del SPD aseguró que era tiempo de pasar a la oposición, el fracaso de las negociaciones entre conservadores, liberales y ecologistas le llevó a dar un giro de 180 grados. Poco antes de alcanzarse el acuerdo, un sondeo revelaba que tan solo el 26% de sus votantes confiaban en que el partido lograría imponer sus demandas para entrar en una gran coalición.

La reedición de este pacto ha abierto la fractura de un SPD ya debilitado. La directiva socialdemócrata vio en el reciente congreso de Bonn como el 44% del partido se oponía a la decisión de pactar con la CDU. Tan solo el 15% de los alemanes ven a los de Schulz como ganadores de las negociaciones, mientras que el 38% piensa que Merkel ha ganado la partida.

Los partidos de la oposición se encuentran ante una paradoja. Aunque creen que otra gran coalición es negativa para Alemania, también puede ser positiva para sus intereses partidarios. Especialmente esclarecedor es el caso de Alternativa para Alemania (AfD). La fuerza ultraderechista se ha disparado alimentándose del malestar ciudadano y de antiguos votantes del bipartidismo. Tras conocerse el acuerdo, su líder parlamentaria, Alice Weidel, lo tachó de «locura» y se mostró indignada por que el término «cifra límite» no aparece en el texto para restringir la entrada de refugiados. Los Verdes han lamentado la falta de ambición en materia medioambiental y el izquierdista Die Linke ha asegurado que los acuerdos son «vagos y no resuelven nada».

El periodo de negociación para formar un nuevo Gobierno ha sido el más largo de la historia moderna de Alemania, pero aunque haya acuerdo no significa que la gran coalición ya sea una realidad. Para ello, el SPD debe presentar el pacto a sus 450.000 delegados para que voten si aceptan o no volver a dar la mano a Merkel y a un programa poco ambicioso. Las juventudes han conseguido nuevas afiliaciones para intentar frustrar en la votación final la tercera gran coalición en 12 años.