La escuela donde sus hijos están retenidos como rehenes está a 150 metros, rodeada de soldados y policías. Ha llegado el alba. Se pueden escuchar disparos esporádicos. Aumenta la tensión. Luego disminuye. Empieza otra vez la angustiosa espera.

Las familias de los rehenes, reunidas en la sala de fiestas de Beslán, ciudad de Osetia del Norte (sur de Rusia, cerca de la república independentista de Chechenia), donde transcurre el drama, han pasado su primera noche de espera silenciosa, tensa.

Por la mañana, un responsable de Osetia se desplazó al lugar para decirles: "Los niños están siendo bien tratados". Pero las negociaciones llevadas a cabo hasta entonces no han dado ningún fruto.

Liuda, una viuda de 53 años que tiene a su hija Zarema, de 15 años, y a su hijo, de 12, entre los rehenes, apenas puede pronunciar palabra. Está hundida en un banco, con la cabeza gacha, la cara cansada, rodeada de vecinas y familiares.

Liuda acompañó a sus hijos al colegio un poco antes del inicio del curso, en este miércoles de vuelta oficial a la escuela. Cuando una vecina le informó de que se había producido la toma de rehenes, corrió hacia el colegio, pero la zona estaba ya rodeada por la policía.

En la sala de fiestas, los hombres beben té en silencio. Las mujeres, con los ojos enrojecidos, están sentadas alrededor de una fuente.

Al alba, de forma esporádica, estallan algunos intercambios de disparos entre fuerzas del orden y miembros del comando. Todo el mundo se precipita hacia las ventanas para escrutar entre un espeso manto de niebla.

Los rumores abundan, en ausencia de una información precisa: una mujer asegura que los niños han podido comer, otra afirma que no, un padre dice creer que las fuerzas especiales han intentado un ataque.

Las familias dudan de que no se haya dado la orden de asalto. Una mujer se pone nerviosa y dice: "Los terroristas plantean reivindicaciones, pero las autoridades rusas no nos las quieren decir. Esto les permitirá atacar y, si hay una masacre, dirán que no quedaba otra salida".